Queridas personas:

Hace dos semanas, cuando os mandé mi primera Flecha estaba nerviosa. Sé que estas cartas se parecen mucho a las que os he mandado durante tres veranos y después de todo, soy yo escribiendo, ¿qué puede cambiar? Sin embargo, en este formato me siento muy distinta.

Es curioso lo de ser, así intransitivamente (bueno, tan curioso como para dar lugar a miles de años de estudios filosóficos). Creemos por defecto que depende por completo de nosotros, cuando en realidad está más relacionado con quién tenemos delante. De manera insconsciente, elegimos a nuestros amigos, no por quiénes son, sino por quiénes somos nosotros cuando estamos con ellos.

El ejemplo más claro se da en la adolescencia. Cuando conoces a alguien nuevo y juntos creáis todo un universo de conversaciones, bromas y comportamientos que sorprenden a tus padres y a tus antiguos amigos. Eres tú pero no eres del todo tú porque estás probando nuevas formas de ser.

Esta es nuestra segunda cita oficial y no me parece el momento para explicaros lo ilusorio que es en realidad el concepto de «yo». Demasido también para una lectura de sábado por la mañana. Sólo os diré que desde muy pequeña he tenido muchos problemas para lidiar con este agotador asunto de ser y existir (que para colmo no es lo mismo). Como os decía antes, ser tiene mucho que ver con los demás, así que por eso necesito pasar bastantes horas al día sola o al menos sin interactuar con nadie. Bien lo sabéis los que me sufrís. Y por eso también me comunico mejor escribiendo, aunque el formato en el que lo hago y la audiencia que imagino, también me condicionan de alguna forma.

Si sois personas afortunadas que nunca se han preocupado por estas cuestiones, por favor ignorad todo lo que acabo de decir y leed el resto de la carta como si fuerais turistas visitando una exposición curiosa. Si por el contrario, sabéis muy bien de qué hablo, aquí va mi consejo: mantened vuestros valores como puntos de referencia y no los perdáis de vista, pero asumid que nadie es siempre la misma persona. Que el cerebro es plástico y la memoria inexacta. Que vivir se parece más a dejarse llevar por la corriente de un río que a podar un bonsai. Y que lo único importante al final del día es seguir respirando.

Esta canción la escucho cuando me gusta pensar que soy una bruja adolescente de los noventa, personaje secundario en una teleserie de culto. El tema suena cada vez que aparezco caminando por la calle a cámara lenta. Y la línea de bajo arranca cuando mis amigos y yo nos reunimos y a mí se me ocurre un plan.

Me maravilla lo bien escrito que está el personaje de Hughie en los primeros capítulos de The Boys (no he leído el cómic en el que está basada la serie, pero ya me han dicho que es también muy recomendable). Es esa persona con la que te puedes identificar precisamente porque no sabe quién es, porque está replanteándose todo, tal y como tú mismo lo harías si tus puntos de referencia se hubieran esfumado. Los mejores personajes en cualquier historia son los que cambian y se transforman ante tus propios ojos. 

Cuidado con este texto. Mucho cuidado. Hace años que lo leí pero recuerdo bien cómo me sentí después. La imposibilidad de seguir con mi vida como si no hubiera pasado nada. Imposible también explicarle a mis amigos, con los que había quedado, que yo estaba allí con ellos de cuerpo presente pero mi mente estaba en otro plano, cuestionándose su mera existencia. El peligro de todo lo que escribe Tim Urban es que suele ser fácil y divertido de leer. Así que picas el anzuelo y cuando lo terminas, tu cerebro se ha roto en mil pedazos.

Vivian Maier no quiso contarle al mundo quién era. Aunque cada pocos años aparezca un libro con nuevos datos sobre su vida, nadie conocerá nunca su verdadera personalidad. Incluidos aquellos que la trataron y que salen hablando en este documental tan maravilloso como impertinente. No sabemos quién fue y eso nos frustra, porque sus fotos son la prueba de que su mundo interior era inabarcable. No hay nada que yo respete más que eso.

Por qué desaparecí de Anabel Lorente es uno de los vídeos más crudos, personales y bonitos que he visto en internet. Me recordó a aquellos textos inocentes de los primeros blogs, impensables ahora, cuando incluso la sinceridad se ha convertido en una herramienta de marketing para los influencers. Me fascina porque es un autorretrato poliédrico y cubista. Una representación visual de la mezcla de emociones y memorias que se superponen a nuestras vivencias del presente. La mente luchando siempre por ordenarlas y crear con ellas un relato que nos dé sentido y que podamos comunicar a otros.

Hace dos años que escribí esto, pero os juro que pienso en ello casi cada día.

Me despido por hoy. Espero que estas dos semanas seáis las personas que queréis ser. Y si no, pues ya sabéis que no importa absolutamente nada. 

P.D.: Perdonadme el «pequeño drama» de hace una semana y media. He descubierto que el sistema que uso ahora para enviar las cartas tiene unas estadísticas muy poco fiables. Lo cual es una pena porque algo que me encantaba hacer era borrar de la lista a gente que llevaba muchas cartas sin leerme. Con OLA borré a unas trescientas personas.

Me encanta que algunos lectores sepáis de lo que estoy hablando y a otros os suene todo a chino. Esto me ha dado la idea de crear en el futuro grupos distintos dentro de los lectores de Flecha. La idea de estas cartas es experimentar, así que veremos qué pasa.

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