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Foto de Robert Doisneau
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Queridos míos:
Todos los veranos os escribo alguna carta desde una habitación de hotel. Esta vez sin embargo, no estoy viajando por trabajo sino por vacaciones.
Podríais pensar que es un cambio afortunado pero, siendo freelance, os aseguro que no es lo que yo hubiera elegido. Este verano dicta sus propias reglas y uno no puede más que surfearlas.
Iba a deciros que necesitaba «escapar de Madrid» y me he dado cuenta de que esa expresión antes era graciosa y ahora es más bien dramática. Tampoco es que me encuentre huyendo de los nazis por las montañas en dirección a Suiza, pero me siento una privilegiada por haber podido organizar y llevar a cabo esta fuga de dos semanas.
Creo que estoy viviendo un verano de gracia. Un verano de inflexión. Nunca más subestimaré los pequeños grandes gestos como volver a casa por la noche con arena en los pies, cambiarme de bikini en el coche, encontrar una sombra para recuperar el aliento tras una caminata a mediodía, limpiar de salitre unas gafas de sol o coger un avión con ropa aún mojada en la maleta.
Decimos a menudo que los placeres sencillos son gratis pero no es cierto. Hay muchas cosas que deben funcionar en el mundo para poder disfrutarlos.
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Aunque es uno de los fotógrafos del verano por excelencia, nunca he hablado aquí de Martin Parr, porque me parecía la antítesis del espíritu OLA. La visión crítica del veraneo ha sido mi óptica por defecto durante toda la vida y precisamente estas cartas me sirvieron como terapia para superarla. Sin embargo, este año, la obra de Parr puede observarse desde un ángulo distinto. Por inesperado que sea, puede apreciarse desde la nostalgia. Sus famosas fotos de playas abarrotadas o de turistas amontonados son un testimonio de una era despreocupada. De una vida anterior. Y me ha gustado también saber cómo vive él mismo este cambio de paradigma.
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Este verano me he acordado por varios motivos de los Durrell y la trilogía de Corfú, escrita por George Durrell. Pensar en estos libros me produce muchísima nostalgia, por las magníficas descripciones de esa isla casi virgen que poco tiene que ver con la Corfú actual, por los Durrell en sí, una pandilla de excéntricos que ya solo vive en los libros que escribieron, especialmente por Larry (¿quién podría no enamorarse de semejante idiota?), y por la persona que era yo cuando los leí. Tanto si ya conocéis los libros como si no, recordad que los Durrell están siempre ahí, dispuestos a compartir con vosotros su verano infinito.
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🍉 ¿Me estáis comiendo fruta o no? Os recuerdo que la fruta del verano es LA MEJOR. Y que sí, que también están los helados, pero este es un tren que pasa solo una vez al año. Que no me entere yo que os olvidáis de comer fruta veraniega.
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En las antípodas del verano de Martin Parr está el de Sebastien Zanella. Un verano tan idealizado que no existe ni ha existido nunca, salvo en la imaginación. Sus fotos son como el recuerdo borroso de un lugar con el que soñamos o que nuestro subconsciente visualizó cuando leímos una historia. Cada vez que me cruzo con él en Instagram, me transporto a esa dimensión bicolor de playas misteriosas donde la distancia social es absoluta.
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Me despido aquí. Esta semana, si os surge la ocasión, huid sin mirar atrás.
Con cariño,
Carmen
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