Queridas personas:
Hace unos días mi hermana me mandó una foto de mi sobrino durmiendo en su cuna abrazado a un álbum ilustrado del tamaño de su cabeza. Yo ya conocía la costumbre de este individuo de irse a dormir todas las noches acompañado de juguetes poco apropiados para compartir espacios reducidos, como camiones o coches todoterreno, pero mi hermana me informó de que su última preferencia era dormir abrazado a libros. Despierto, hace tiempo que le obsesionan y persigue a cualquier adulto alfabetizado para que se los lea en bucle, pero lo de irse a la cuna con ellos es una novedad.
A mí también me gusta la compañía de los libros, pero hace unos años, al comienzo de la pandemia, mi larguísima relación con ellos sufrió una crisis. De un día para otro, era incapaz de leer, no podía concentrarme. Sé que no solo me pasó a mí y que, de todas las formas en que la pandemia nos rompió la cabeza, esta fue de las más extendidas. Por suerte pude recuperar el hábito, pero he tenido recaídas serias: meses enteros en los que abrir un libro me resulta imposible y a veces soy también incapaz de ver una película o una serie. A día de hoy, no he encontrado solución para este glitch de mi cerebro, pero he pensado tanto en ello que he conseguido entender el mecanismo que hay detrás.
Me ocurre siempre cuando tengo un pico de ansiedad. A veces, la causa es evidente y otras no. En muchos casos ni siquiera se trata de que en mi vida esté pasando algo malo, sino de que me estoy enfrentando a un nivel de incertidumbre mayor del que suelo manejar. Entonces mi cerebro no me deja evadirme con la ficción. Una parte de mí dice «¿cómo te vas a poner ahora a leer sobre cosas que no existen? Tienes que estar alerta, tienes que estar presente en la realidad». Y es entonces cuando la actualidad me atrapa.
La diferencia entre «realidad» y «actualidad» y la frecuencia con que confundimos ambos conceptos merecería una reflexión aparte. Digamos, por resumir, y sin entrar en materia filosófica, que la realidad es el conjunto de hechos materiales que suceden en el mundo y la actualidad es el relato que se hace de ellos: el conjunto de narrativas mediáticas inspiradas en esos hechos reales.
Pocas cosas hay más adictivas que la actualidad en cualquiera de sus versiones: el ciclo de noticias sobre política nacional e internacional, la prensa del corazón, las polémicas diarias en el mundo de la cultura y el deporte, la deriva vertiginosa de la tecnología o un combo variado de estos ingredientes empaquetado en el feed de una red social. Todo parece urgente y genera un estimulante chute de dopamina. Además parece que la actualidad te necesita. Necesita que atiendas cada minuto a lo que está pasando (y algo de cierto hay en esto. Si todos dejáramos de prestar atención a la vez, la realidad seguiría ahí pero la actualidad desaparecería). Es la coartada perfecta para evadirte. Tu cerebro estresado te lo permite porque, después de todo, es importante, es «real» y si el mundo estalla en pedazos, como parece que siempre está a punto de ocurrir, ya no importa la reunión que tienes el lunes o esas áreas de tu vida desatendidas desde hace un siglo.
Hay gente que vive instalada en la actualidad de manera permanente y no soy quien para juzgarlo. Solo sé que en mi caso es tóxico. Me enferma literalmente. Cuando mi cerebro lleva a cabo este truco inconsciente de neutralizar la ansiedad de mi vida personal superponiendo la del mundo, al final acabo sufriendo las dos.
Ahora, cuando entro en una de estas fases, en primer lugar intento discernir cuál es el origen de mi malestar y si puedo hacer algo al respecto, que no suele ser el caso. A continuación, me obligo a enfrascarme en una novela o al menos ver una serie si lo primero requiere demasiado esfuerzo mental. Es difícil, pero cuando lo consigo noto un alivio instantáneo. Descanso por un rato de mí misma y del mundo real. Me sumerjo, desaparezco y al volver a la realidad puedo observarla con mayor perspectiva, sin esa sensación de falsa urgencia que impone la actualidad. Hay libros a los que les debo todo porque me han salvado en momentos críticos. Les estoy tan agradecida que también me hubiera ido a la cama abrazada a ellos.
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