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Queridas personas:
Estos últimos días miro mucho el cielo desde mi ventana porque con la primavera por fin han llegado los vencejos. ¿Cuántos años de mi vida he pasado indiferente al vuelo de estas aves? Mejor no contarlos. Tengo un recuerdo borroso de la infancia cuando probablemente la silueta de este pájaro me llamó la atención por primera vez, pero hasta hace muy poco, que leí sobre ellos, ni siquiera sabía que se llamaban «vencejos». Y no hubiera soñado con distinguirlos de otras especies como las golondrinas o los aviones comunes.
Ahora sé que los vencejos viven la mayor parte de su vida en el aire. Duermen mientras planean y el viento sostiene sus apenas cuarenta gramos de peso. Se alimentan de los insectos que cazan al vuelo y se aparean también sin detenerse. Solo se posan para hacer sus nidos, normalmente escondidos en las alturas. Pero el dato que más me fascina de ellos es que al mes de nacer, cuando echan por primera vez a volar, ya no volverán a posarse durante dos o tres años. Vivirán todo ese tiempo en el aire.
No creáis que me he aficionado a la ornitología. Sé muy poco sobre otras aves y ni siquiera acierto bien a distinguirlas. No es que estuviera yo en mi casa, equipada con unos prismáticos, esperando a que llegaran los vencejos. Ha sido al mirar por la ventana mientras comía o hablaba por teléfono, que me ha sorprendido su silueta surcando el aire como una flecha. ¿Cómo es que todos estos años viviendo en esta misma casa nunca me había fijado en ellos? ¿Cómo antes de conocer su nombre estaba completamente ciega a ese espectáculo, a esa belleza?
Hay cosas que no se entienden hasta que se experimentan. De eso hablamos mucho. Pero en nuestro mundo existen muchas más cosas que no se experimentan hasta que se entienden. Cuesta admitirlo porque nos gusta pensar en nosotros como criaturas objetivas y observadoras, que van poniendo nombre a todo lo que descubren. Pero en realidad vemos el mundo a través de los conceptos que aprendemos. Y hay maravillas que no se pueden apreciar hasta que preparamos a nuestro cerebro para verlas. Es como cuando miramos una nube y alguien nos dice «parece un león» y aunque la volviéramos a mirar mil veces más, ya no podríamos dejar de reconocer esa figura. De la misma forma, hay belleza que no puede disfrutarse si antes no se ha hecho un hueco para ella en la imaginación.
Me gusta pensar que estas palabras que os mando cada dos sábados tienen una función parecida: crean espacio en vuestra mente y la ensanchan un poco para que entren en ella todo tipo de maravillas. |
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Vesper Flights es el libro al que le debo haber descubierto la belleza de los vencejos y muchas otras especies (también está en español). Es una recopilación de artículos de Helen Macdonald que, por pura casualidad, empecé a leer en un avión. Ahora, ese recuerdo que tengo de leerla mientras atravesaba el aire me gusta tanto como el libro en sí. ☞ En Kindle / en librerías. |
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Desde que escribí este hilo en Twitter, una visita casual a la farmacia es motivo de fascinación y reverencia para mí y quiero que a vosotros os pase lo mismo. |
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Bien sabéis que me gusta traer aquí tesoros con uno, dos y hasta tres milenios de antigüedad, pero esta figurilla prehistórica es la primera representación de un ave que se ha encontrado y fue tallada en marfil de mamut por unas manos humanas hace —sentaos— unos treinta mil años. |
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Cuando os decía que vemos el mundo a través de los conceptos que memorizamos no estaba exagerando. Como ya empieza a ser costumbre en estas cartas, voy a recurrir a una cita de Siete lecciones y media sobre el cerebro de Lisa Feldman Barrett, nuestra neurocientífica de confianza. |
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«El arte, en particular el arte abstracto, es posible porque el cerebro humano construye lo que experimenta. Cuando vemos una pintura cubista de Picasso e identificamos figuras humanas reconocibles, eso sucede únicamente porque tenemos recuerdos de figuras humanas que ayudan a nuestro cerebro a dar sentido a los elementos abstractos. El pintor Marcel Duchamp dijo una vez que, cuando un artista crea arte, en realidad hace solo el 50 por ciento del trabajo: el otro 50 por ciento está en el cerebro del observador (algunos artistas y filósofos denominan a esta segunda mitad "la parte del espectador")». |
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Hoy para despedirme os quiero dar las gracias. Gracias por leerme cada dos sábados, gracias por escribirme, gracias por compartir esta carta, gracias por recomendársela a otros y expresar públicamente vuestro entusiasmo. Flecha ha crecido mucho y me ha traído cosas buenas. Pero lo más importante es que vuestra respuesta a cada carta me obliga a seguir escribiéndolas. A menudo no me encuentro con el ánimo más adecuado para hacerlo, pero como me resulta impensable no acudir a nuestra cita, me pongo a ello y cuando termino me siento mucho mejor. Espero que a vosotros os pase lo mismo. |
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