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Queridas personas:

El otro día, en un programa de la radio, escuché a unos niños resumir el argumento de La cenicienta. No es que fuera mi cuento preferido de pequeña, pero sí de los que más me gustaba. Encontraba cierta sensación de justicia en el destino de la protagonista, que empezaba siendo maltratada por sus malvadas hermanastras y acababa convertida en una princesa. Igual que los niños de la radio, que relataban alegres el cuento, no me resultaban extrañas ciertas partes de la historia, como la insistencia del Hada Madrina en que Cenicienta tuviera que volver a casa antes de las doce. ¿Por qué la magia acababa justo a una hora y no podía quedarse a disfrutar del baile? O aún peor, el hecho de que el príncipe no recordara ni siquiera la voz de Cenicienta y ella, para demostrar su identidad, tuviera que encajar el pie en un zapato. En la versión de los hermanos Grimm, las hermanastras, que por supuesto tienen pies más grandes, llegan incluso a mutilárselos para pasar la prueba.

Mujeres que tienen que volver de noche a su casa antes de que sea demasiado tarde y mujeres cuya identidad depende de encajar su cuerpo en una prenda imposible. Hoy en día, ya de adulta, el toque de queda y el zapato me parecen claramente simbólicos, pero no creo que ni siquiera después de tantos siglos sean obvios para todo el mundo. Y una cosa fascinante de algunos símbolos o metáforas es que no tenemos que ser conscientes de ellos para interiorizar las ideas que transmiten.

A mi hermana y a mí nos ofrecieron publicar una ficción ilustrada para adultos. Un relato corto donde la ilustración tuviera tanto peso como el texto. Nos dieron total libertad tanto en contenido como temática. Así que pensé: ¿podría yo escribir un cuento lleno de símbolos? ¿Podría dar la vuelta a muchos de los símbolos con los que he crecido sin ni siquiera darme cuenta de que estaban ahí?

Y de esta idea surgió Nuestros nombres olvidados.

 

Canciones para viajar en el tiempo

Como nuestro libro va sobre mitos y arquetipos femeninos, para esta carta he escogido el lamento centenario de una ninfa. La letra, preciosa, podría ser contemporánea. Porque el drama de amor es un tema universal y porque históricamente no ha habido muchos más temas para los personajes femeninos.

 
«Una y otra vez, durante miles de años, mi vientre dio de comer a todas las criaturas».
 

Datos que hacen el mundo interesante

¿Os acordáis de cuando se podía viajar? El último lugar en otro continente que visité fue Ecuador. Cuando visitamos la catedral de Cuenca, el guía nos llevó ante unas vidrieras (la foto es muy mala, pero la hice solo para acordarme) y nos preguntó si no notábamos nada inusual en ellas. Yo le dije que el sol y la luna me parecían motivos muy paganos para una iglesia católica y acerté. El guía nos explicó que los dos pueblos nativos de aquella zona veneraban respectivamente a estos dos astros y los colonizadores habían incorporado estratégicamente estos símbolos al diseño del templo. Latinoamérica está llena de las más curiosas muestras de sincretismo. Es un paraíso para mí, que si en algo creo es en los símbolos.

 

Nuestros nombres olvidados

Algunos datos sobre el libro:

-No es una novela, sino un relato corto. La ilustración tiene tanto peso como el texto.

-No es para niños. No hay problema en que lo lean, pero es posible que no entiendan algunas cosas. Depende de la edad y de la persona en concreto.

-Uno de los primeros comentarios de mi hermana después de recibirlo fue «huele a librería cara».

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*Es posible que en el momento de leer esta carta, en Amazon se hayan quedado sin ejemplares. Normalmente suelen reponer en unos días.

 

Carmen del pasado

En realidad esta Carmen no es tan del pasado sino de hace solo unos días, cuando le conté a Cecilia Casero de Vogue cómo fue el proceso de crear este libro y todas las ideas sobre arquetipos que me llevan obsesionado años, como la que vincula a Scooby Doo, Los Goonies y Verano azul con las Spice Girls y mi abuela.

 
«Son las repudiadas, las rebeldes, las locas, las que viven al margen».
 

Lecturas que te iluminan

Que las personas, como animalitos que somos, tengamos náuseas al ver algo repugnante es interesante en sí mismo. Que podamos sentir náuseas cuando leemos un texto sobre algo repugnante entra en el ámbito de lo asombroso. Pero que nuestro cerebro y nuestro cuerpo reaccionen igual cuando nos enfrentamos a algo que no es repugnante físicamente sino moralmente es casi magia. En este artículo se explica, desde un punto neurocientífico, por qué las metáforas son tan importantes y cómo construyen nuestra realidad, aunque en la mayoría de los casos no seamos conscientes de ello.

 

Espero que esta semana salgáis a la caza de símbolos en vuestra vida e identifiquéis unos cuantos.

 

«Yo solo he sido quien se me ha pedido ser. Igual que vosotras».

 

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📸  CRÉDITOS

Todas las imágenes y las citas de esta carta pertenecen a Nuestros nombres olvidados.