Después de la pena, viene por fin la alegría. Y entonces la culpa.

4 de enero, 2025

de Carmen Pacheco

Fragmento de Ottoman beauty with a butterfly de Harold H. Piffard, 1931

Queridas personas:

La naturaleza humana es un despropósito. Por mucho empeño que pongamos, yo no encuentro forma de ignorar este hecho. Fijaos si no en nuestra capacidad de adaptarnos. Supongo que con objeto de sobrevivir, el cerebro tiende a normalizar cualquier circunstancia. Normalizamos horrores de todo tipo, los propios y los del mundo. Pero, por desgracia, somos también capaces de normalizar hasta lo más extraordinario. Llegados a un punto, podemos dar por sentada la felicidad y la increíble suerte de haberla alcanzado.

Después de estar tan solo unos meses tocada por las sombras, me encuentro maravillada ante la luz, como si siempre hubiera vivido en la oscuridad. Todos los días me sorprende la fortuna de vivir una vida que, en realidad, ya llevaba disfrutando con poca variación desde hace una década. Ahora cualquier momento es motivo de celebración porque soy capaz de entusiasmarme con lo que antes daba por hecho.

Aun así, la felicidad no es completa. Una de mis múltiples maldiciones es no perder nunca de vista la escasa coherencia de la psicología humana. La misma voz interna que me atormentaba en los peores momentos —«por qué estás triste, no tienes motivo para estar triste cuando todo te va bien»—, me dice ahora: «qué importancia tiene que tú estés feliz cuando en el mundo continúan ocurriendo las mismas desgracias, cuando hay tanta gente sufriendo ahora mismo. Qué sentido tiene nada cuando sigue habiendo guerras, injusticias, catástrofes y toda tu especie es un pulso de dolor». 

Pienso a menudo en esto. Cuando una está deprimida, el dolor ajeno supone una justificación: «¿cómo podría estar feliz yo con tanta pena a mi alrededor?», pero cuando se sale del pozo, llega la culpa: «¿cómo puedo estar feliz ahora si nada ha cambiado? ¿Me hace esta alegría insensible al dolor de los demás?». Podría parecer un caso de culpa cristiana, pero es más bien un ataque de pura repulsa ante la falta de coherencia y la psicología egoísta de estos cerebros plásticos, defectuosos, volubles, cuyo último fin no es el bienestar de nadie, ni siquiera el propio, sino la mera supervivencia.

Cuando pienso en estos términos, lo único que me calma es llevar el razonamiento al extremo, a la matemática más sencilla. Quizá no hay una razón lógica para tu felicidad, igual que a veces no la hay para la tristeza, o quizá ni siquiera la mereces más que otros. Pero, mientras tu bienestar no provoque daño a nadie de manera directa, estás reduciendo el cómputo total de sufrimiento en el mundo. Y si además, ayudas a otros y compartes esa felicidad, estás creando un impacto que, por mínimo que pueda parecer, es inequívocamente positivo.

Es una simplificación extrema, lo sé. Tal y como funciona nuestra sociedad, aunque la felicidad propia no cause un daño directo a nadie, parte del bienestar que la sostiene implica, de forma estructural, el sufrimiento de otros. Pero la voluntad de cambiar esto mediante la acción colectiva no se contradice con lo que afirma el párrafo anterior. Así que podéis guardar esta idea en caso de que os resulte útil, podéis aferraros a ella si estáis tratando de volver a la luz o ponerla debajo de la almohada cuando la vocecilla inquisidora cuestione vuestra alegría. No dejéis de asombraros por la felicidad. No dejéis de compatirla.

 

🎧 Una de las múltiples obsesiones de mi padre era la discografía de los Beatles que tenía completa tanto en vinilo como en CD. Durante la infancia, mi hermana y yo fuimos sometidas a horas de reproducción sin pausa y a veces cuando escucho ciertos temas, me siento como una exespía soviética a la que se le activa una programación inconsciente. Me pasó el otro día con una canción que sí o sí tenía que poner aquí hoy. Fue como si mi padre volviera a recordarme que algunas personas somos capaces, aunque no lo creamos, de remontar el vuelo en medio de la oscuridad. 

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Una película

All of Us Strangers es la mejor película que vi el año pasado. Lloré mientras la estaba viendo, lloré al final, y me quedé un buen rato llorando después de verla. Es una peli de AMOR con mayúsculas. Cada vez que me acuerdo de la canción que suena al final, me pongo a llorar otra vez.

 

Un calendario

Si usais una app de calendario para tener todos los eventos de vuestra vida controlados, os recomiendo que os suscribáis al de esta maravillosa persona, que además es gratuito. Así, aparte de todo lo que tengáis en la agenda hoy, sabréis que a las 14:28, hora española, la Tierra estará en el punto de su órbita más cercano al Sol. O que el próximo viernes, Venus estará en su máxima elongación y será más visible al atardecer. Me parece ridículo no haber estado suscrita antes. Yo concentrada en los minúsculos avatares de mi día a día sin saber lo que pasa en el cielo.

 

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Un deja-vu

El otro día, durante una comida de Navidad en casa de mi familia política en la Rioja Alavesa, probé un vino llamado El jardín de la emperatriz, y me supo tan rico que decidí apuntar su nombre, cosa que muy pocas veces me acuerdo de hacer. De paso, fui a mirar las pocas entradas que tenía sobre vinos en mi diario, porque tampoco me acuerdo nunca de consultarlas. Solo había cuatro y la última era de hacía un año y medio, de una comida en un restaurante de Málaga. El vino que aquella vez me había gustado también tanto como para apuntarlo era...  El jardín de la emperatriz.

Increíble desmemoria. Impresionante coherencia. Después de vivir esta bonita historia de amor a lo Eternal Sunshine of the Spotless Mind, pero con un vino, he decidido que sea el tinto de maridaje oficial con estas cartas hasta que lo desbanque otro cuyo nombre me acuerde de apuntar.

 

Un club

Igual ni siquiera lo sabéis porque no lo repito mucho, pero dentro de nuestra maravillosa comunidad de Telegram, en la que hablamos de los temas más diversos, tenemos además un club de lectura y ya está publicada la lista de los libros que comentaremos en 2025. Ahí tenéis también las instrucciones para participar y los libros que hemos leído en años anteriores con enlace a las conversaciones por si queréis cotillear. 

 

Me despido por hoy. Hasta mi próxima carta, espero que seáis muy felices y no os paréis ni un segundo a cuestionarlo.