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Queridas personas:

 

¿Qué tal lleváis el inicio del desconfinamiento? Es una pregunta retórica. Jamás os haría contestar algo tan difícil. Yo a estas alturas intento pensar lo menos posible. Durante las primeras semanas fue fácil, porque el nivel de incertidumbre y sorpresa era tal que logró desbordar y neutralizar la parte de mi cerebro encargada de preocuparse 24/7. Digamos que muchas de mis ansiedades quedaron en suspenso.

Ahora que el futuro empieza a perfilarse a través de la bruma, mi cerebro ha vuelto a su programación habitual, pero tengo el inmenso consuelo de haber salido de paseo y haber contemplado la sombra alargada de los árboles sobre la hierba, las flores fragantes de los arbustos y los pájaros sorprendidos de volver a vernos.

En estos días todos hemos comprobado que los vínculos afectivos son nuestro mayor patrimonio, nos lo dicen hasta los anuncios, pero si hay algo que creo que deberíamos defender es nuestro derecho a disfrutar de la naturaleza. No porque sea bueno para nosotros o porque sea «lo correcto». Sino porque poder disfrutar de la naturaleza significa que como sociedad tenemos el espacio, la libertad, el tiempo y la salud para hacerlo.

Canciones para teletransportarse

Hay una parte de mi cerebro en la que siempre se está reproduciendo una canción activada por un recuerdo o una palabra que he escuchado. Suelen ser canciones terribles. Pero el otro día, después de un paseo, me di cuenta de que estaba tarareando esta y di gracias al cielo.

Huida.

Un impacto profundo

Hace tiempo mi amiga Virginia me mandó este artículo y desde entonces no me lo quito de la cabeza. Distinguir los árboles por el sonido que hacen sus hojas con el viento parece una idea más poética que realista, pero teniendo en cuenta la capacidad de algunas personas para diferenciar el canto de los pájaros, no es tampoco una locura. Además, pone nombre a sonidos que tenemos grabados a fuego en memoria. Por ejemplo, el sonido como rumor de agua que hacen las hojas de abedul.

Dieta mental.

Proyectos del bien

Salvaje es «la revista que quiere sacarte al campo» (cuando se pueda). Quien me conoce sabe de sobra que colaboro con este proyecto desde hace meses encargándome de Salvajito, el suplemento infantil, pero nunca había hablado aquí de la revista. Aparte de una buena forma de descubrir la alucinante naturaleza de nuestro propio país y las cosas interesantes que pasan fuera de las ciudades, la revista es un ritual en sí misma. Es comprar algo bueno, algo bonito, y dedicar un rato de paz a disfrutarlo.

Apps que están de nuestra parte

Últimamente me he dado cuenta de que mucha gente no sabe aún que existen apps para conocer el nombre de cualquier planta con la que uno se encuentre. O lo saben pero no se creen que realmente funcionen. Existen muchas, pero la que yo uso es Pl@ntNet, que es gratis y tiene una base de datos enorme. Puedo dar fe de que es casi mágica. Desde luego, no necesitas saber el nombre de las plantas para disfrutar de ellas durante un paseo, pero si hacemos caso a los mitos de prácticamente todas las civilizaciones, conocer el nombre de algo o alguien crea un poderoso vínculo. Y quién no querría tener un vínculo con todas las flores.

Wallaland

Wallaland es un proyecto que hemos creado mi novio y yo durante la cuarentena para entretenernos. Sinceramente pensaba que sería imposible y acabaríamos discutiendo por todo, pero nos ha servido para descubrir, a estas alturas, que trabajamos muy bien en equipo. También me ha servido para hacer algo aparte de escribir, y para recordar que en otro tiempo me encantaba maquetar webs. 

En Wallaland podéis descargaros gratis fondos para el móvil hechos con cariño (de momento los que más éxito tienen son los de mi hermana) y también descubrir artistas increíbles. Si os gusta, seguidnos en Instagram, donde iremos poniendo novedades.

Para Flecha me he reservado esta colección de fototipias de flores hechas por Ogawa Kazumasa en el siglo XIX. Pocas cosas más bonitas se pueden llevar en el móvil.

Datos que hacen el mundo interesante

Resulta que los zorros árticos cultivan sus propios jardines en la tundra. En realidad ni son «jardines» ni están realmente «cultivados», pero el resultado se le parece y por azaroso, es quizá aún más bonito. Tiene que ver con los excrementos de estos animales, que actúan como un poderoso fertilizante, incluso en un medio tan hostil como el suyo. Por eso las antiguas madrigueras donde se refugian son pequeños oasis de flores y vegetación salpicando el paisaje helado.

La corona de mi reino.

Cuando las madres florecen

Si me seguís en Instagram, es probable que ya lo hayáis visto, pero quería compartirlo también aquí. Escribí un texto muy personal sobre mi madre que salió en Vogue el domingo pasado y aún no he acabado de pasar la resaca emocional que me provocaron algunas respuestas a la publicación. Me siento a veces muy torpe contestado a vuestros mensajes, pero por favor, sabed que si escribo es justamente por eso. Mientras contar mis experiencias sirva para que entendáis un poco mejor las vuestras, o las viváis menos solos, seguiré escribiendo

Aquí me despido. Estos días tratad de atesorar los momentos que pasáis en contacto con la naturaleza, porque pocas veces han tenido tanto valor.

En mi país de ilusión...

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📸 CRÉDITOS

1. Hilltop de Maxfield Parrish

2. Gif de Sci-universe

3. Fotograma de Jan Svankmajer

4. Detalle de Child Braiding a Crown de William-Adolphe Bouguereau

5. Fotograma de Alicia en el país de las maravillas