Supongo que, como yo, a veces tenéis ideas o razonamientos complicados sobre el sentido de la vida. Cosas que solo os atreveríais a compartir con gente cercana cuando un contexto de alcohol y risas amortiguara, si es necesario, la extrañeza que vuestras ideas pudieran causar.

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Fragmento de La Anunciación de Van Eyck

Queridas personas:

 

Supongo que, como yo, a veces tenéis ideas o razonamientos complicados sobre el sentido de la vida. Cosas que solo os atreveríais a compartir con gente cercana cuando un contexto de alcohol y risas amortiguara, si es necesario, la extrañeza que vuestras ideas pudieran causar. Yo el otro día descubrí que uno de estos razonamientos filosóficos que me asaltan ocasionalmente no solo tiene un nombre sino una página de Wikipedia donde se enumera a todos los pensadores de la historia que han escrito y debatido sobre el tema. No me apetece hablar de estas ideas aquí porque no procede (no sé vosotros, pero yo no estoy en un contexto de alcohol y risas), sino del profundo alivio que sentí al saber que había un nombre para lo que yo pensaba.

 

La existencia de las palabras perfila, da nitidez, a realidades que antes solo percibíamos de manera borrosa. Cada palabra aprendida amplía el territorio sobre el que circula nuestro pensamiento. Pero la existencia de una palabra significa también un acuerdo, una especie de comunión entre todas las personas que la comparten y han decidido creer en la realidad que define. Cuando de niños aprendemos que la punzada desagradable que sentimos ante el abandono se llama «soledad», paradójicamente nos encontramos menos solos. Si existe una palabra para definir lo que sufrimos es porque otras personas nos comprenden, han pasado por ello. Cuando hay palabras para lo que sentimos, es posible expresarlo y es posible entenderlo. Mientras tengamos las palabras adecuadas, nunca estaremos solos.

 

🎧 Hay muchas canciones que me han hecho llorar, pero pocas que hayan conseguido ese efecto con tan solo recordarlas. Este tema está escrito desde un sentimiento de soledad tan profundo que es difícil que esa melancolía no te embista al escucharlo. Y al mismo tiempo, es un proceso mágico: alguien compone una canción sobre lo que siente en su aislamiento y acaba conmoviendo a millones de personas.

 

Un tesoro

Os voy a dejar aquí un epitafio griego recogido en este libro, para que el amor de estas personas de hace dos mil quinientos años os destruya esta mañana de marzo.

 

Os dije que me iba a poner al día contestando los correos que tengo acumulados, ¿verdad? Pues ni siquiera he llegado a contestar todos los que recibí hace dos semanas. Una vez más, os lo ruego: tenedme paciencia.

 

Un consejo

El otro día me empezó a seguir un chico en Instagram y me mandó un privado. Me contaba que estaba sufriendo mucho porque lo había dejado con su novio a causa de una infidelidad y, después de leer un texto mío, se sentía mejor. Mis palabras le habían convencido de que había tomado la decisión correcta. Le di las gracias y me puse muy contenta: hacer sentir bien a alguien que ni siquiera conozco a través de lo que escribo es básicamente mi razón de ser. Pero le pregunté a qué texto se refería porque no tenía el menor recuerdo de haber tratado nunca un tema así. Mi sorpresa fue que el chico no había leído ninguna de mis columnas y ni siquiera una de estas cartas; ningún texto del que me sintiera orgullosa, sino la respuesta a un consultorio para adolescentes en el que participé hace quinientos millones de años, en otra vida. Os juro que no recordaba ni una palabra de lo que escribí. Después de releerme, estuve 100 % de acuerdo conmigo misma y, con esa falta de modestia que te da la distancia, pensé que era tan buen consejo que debía compartirlo aquí.

 

Unas palabras mágicas

Creo que en estas cartas, he hablado del poder de las palabras muchas veces. Es una de mis obsesiones, porque es lo más parecido que existe a eso que entendemos por «magia». Hoy en vez de insistir en ello yo misma, voy a dejar que la neuróloga Lisa Feldman Barrett lo haga por mí. Esta es una cita de su libro Siete lecciones y media sobre el cerebro.

«Además de los humanos, muchas otras criaturas regulan mutuamente sus presupuestos corporales. Las hormigas, abejas y otros insectos lo hacen utilizando sustancias químicas como las feromonas. De manera similar, ciertos mamíferos, como las ratas y los ratones, emplean también sustancias químicas para comunicarse mediante el olfato, añadiendo asimismo sonidos bucales y contactos táctiles. Algunos primates, como los monos no antropomorfos y los chimpancés, también utilizan la visión para regular mutuamente sus sistemas nerviosos. Sin embargo, los humanos somos únicos en el reino animal en cuanto que también nos regulamos mutuamente mediante palabras. Una palabra amable puede calmarnos, como cuando un amigo nos dice algo halagador al final de un día difícil. Por el contrario, una palabra de odio de un acosador puede hacer que nuestro cerebro prediga una amenaza e inunde el torrente sanguíneo de hormonas, derrochando preciosos recursos de nuestro presupuesto corporal.

 

El poder de las palabras sobre nuestra biología puede cubrir grandes distancias. En este preciso momento puedo enviar un mensaje de texto con las palabras «Te quiero» desde mi residencia en Estados Unidos a una amiga íntima que vive en Bélgica, y aunque ella no pueda escuchar mi voz ni ver mi rostro, con ello modificaré su frecuencia cardíaca, su respiración y su metabolismo. O alguien podría enviarle un mensaje ambiguo como «¿Está cerrada la puerta?», y lo más probable es que afectara a su sistema nervioso de una manera desagradable.

 

Pero nuestro sistema nervioso no solo puede verse alterado a través de la distancia, sino también a través de los siglos. Si alguna vez se ha sentido reconfortado leyendo antiguos textos como la Biblia o el Corán, habrá recibido ayuda para la gestión de su presupuesto corporal de personas que hace mucho que ya no están. Los libros, vídeos y pódcast pueden consolarnos o provocarnos escalofríos. Puede que esos efectos no duren mucho, pero diversas investigaciones revelan que todos podemos influir mutuamente en nuestro sistema nervioso con rapidez y usando solo las palabras de formas eminentemente físicas que van más allá de lo que uno podría sospechar».

 

Hasta aquí llegan mis palabras hoy. Espero que os hayan hecho pensar o sentir un poco mejor.

 

Siglos de palabras.

 

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