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Foto de Eugene Vernier para Vogue, 1961.
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Queridos míos:
¿Estáis disfrutando del verano? Mejor no me lo contéis. Yo no he parado de trabajar en toda la semana, aquí, en el corazón de asfalto llameante de Madrid. Han sido unos días agotadores de no apartar la vista de la pantalla y salir a la calle a última hora, en busca de una terraza, varias cervezas y esa brisa caliente y seca que es mejor que nada. Unos días agotadores pero que me encantan en el fondo, porque ya os lo he dicho otros años, me gusta el verano en la ciudad.
Puedo encontrarle la gracia a unas semanas de trabajo estresante porque el resto de este año absurdo, como nos ha pasado a muchos autónomos, no he estado tan ocupada. Sé que quizá no pensara lo mismo si acumulara el cansancio de meses, pero siempre me gusta dedicar una de mis cartas a los que estáis atrapados en la oficina o en casa delante del portátil. Habrá otros veranos más ociosos o más divertidos, pero no hay duda de que este al menos lo recordaremos.
Me encanta la ciudad estos días porque está acalorada, soñolienta y un poco melancólica, como si a ella también le costara mantener el ritmo. Me gusta ver a la gente en las terrazas, riéndose a pesar de que sabemos que no habrá verbenas.
Creo que este verano seguimos aún un poco encerrados por dentro. Como si estos meses atrás hubiéramos viajado a lugares muy remotos de nuestro interior y ahora, cuando por fin nos reencontramos, disfrutamos y nos centramos en el presente. Pero guardamos muchas emociones que todavía no sabemos cómo compartir.
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💔 Las relaciones con las newsletters atraviesan fases y algunos lleváis aquí unos cuantos años. Si os aburrís en algún momento de leerme, prefiero que no me dejéis abandonada en vuestro buzón. Siempre podéis daros de baja y volver cuando queráis.
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¿Habéis visto Muchos hijos, un mono y un castillo? Es un documental raro y fascinante. A mí me encantó y me hizo gracia porque bien sabéis que tengo debilidad por las personalidades excéntricas, pero sé que a otras personas les produjo un poco de tristeza. Tiene sentido porque en todas las historias reales hay algo de las dos cosas.
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Cuando estoy ansiosa, soy incapaz de concentrarme en la lectura. Necesito algo que ocupe mi mente por completo y la atrape. Necesito un videojuego. Lo peor es que los de verdad me enganchan son los de estrategia, así que para olvidarme del estrés en mi vida real, recurro al estrés ficticio de gestionar plazos inminentes, recursos limitados y catástrofes imprevistas. Esta semana me he superado en mi locura, dedicando mis poquísimas horas libres a administrar ni más ni menos que un hospital. Pero es que este juego está basado en uno al que jugué de adolescente, y solo por eso ya me hace sentir bien.
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Estéis trabajando o no, dedicaos un ratito esta semana. Nos leemos el próximo sábado.
Con cariño,
Carmen
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