Queridas personas:
Vivir es ejecutar una coreografía de perspectivas. Puedes por ejemplo enfocarte en tu día a día, las tareas que tienes por delante, el meme que te acaban de mandar, tus planes para el finde o ese proyecto que te hace ilusión. Puedes ampliar la escala y recordar de pronto que en el planeta viven 8.000 millones de personas y que en este momento cientos de millones están sufriendo. Muchas de ellas naciendo y muriendo ahora mismo, mientras lees estas líneas. Puedes alejarte más, pensar en términos cósmicos. El rango de apertura aquí varía muchísimo, pero pasado cierto grado, ya no importamos nada. Ni en el espacio ni en el tiempo. Un fugaz pestañeo, minúsculo, imperceptible. En un segundo, puedes situarte en el plano contrario. En tu boca hay más bacterias que personas en el mundo. En tu cuerpo más que estrellas en la galaxia. ¿Quién eres tú realmente? Cada una de tus células no conoce tu nombre, lleva a cabo su ciclo de vida sin haber sabido nunca de ti. Pero las células son tan grandes que incluso podemos verlas. Piensa más pequeño. Piensa en el baile de partículas. Los quarks, ¿las supercuerdas? ¿los campos cuánticos? El verdadero tejido de la realidad que nadie ha llegado a entender aún.
Vivir atrapado en solo una de estas perspectivas no es aconsejable. Limitarse a la primera es pura estupidez o narcisismo, pasar demasiado tiempo en la segunda, un sufrimiento permanente. Mientras que habitar cualquiera de los extremos es abandonar la narrativa social. Posible, pero arriesgado. Tampoco es fácil acertar con la escala para cada momento. No recomiendo a nadie pensar en términos cósmicos en mitad de un acto público o cuando te acaban de presentar a alguien importante. Mucho menos en bacterias. Sería útil antes de dar una charla o hacer un examen, pero ahí la ansiedad no suele dejarte opción. No hay nada más importante que tú, tú, tú, tú y lo mal que lo vas a hacer.
Uno tiene que saltar de un punto de vista a otro como puede, como quien intenta sobrevivir en un juego de plataformas. Escapar a los extremos cuando en tu vida pequeña ya no cabe más drama o cuando el mundo de los humanos se hace intolerable, pero volver antes de que el vértigo existencial de nuestra irrelevancia cósmica le arranque el sentido a todo y empieces a preguntarte para qué te levantas cada mañana.
Es agotador este baile de perspectivas, pero os prometo que con práctica se puede adquirir cierto control. Hay que pensar en ello constantemente, hacer zoom in y zoom out varias veces al día. Despegarse de nuestro «yo» y volverlo a abrazar. La recompensa a este esfuerzo se materializa en momentos fugaces de apenas unos segundos, pero capaces de dar sentido a la existencia. Vivir por un instante un extrañísimo estado de comunión con el mundo: ser la protagonista de tu vida, una insignificante acumulación de átomos, un pulso de energía, un colectivo de microorganismos, un proceso de química orgánica, una anomalía evolutiva, y cien mil millones de neuronas. Ser consciente de ser todo a la vez.
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