Foto de Guy Bourdin para Chanel, 1987
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Queridos míos:
Hay momentos en tu vida que, sin motivo aparente, se quedan grabados en la memoria. Quiero compartir con vosotros uno que tiene como escenario el atasco de entrada a Madrid un domingo por la tarde, hace un año y medio. A pesar de los coches, era uno de esos atardeceres sobrecogedores donde no parece que el día termine sino que todo está a punto de empezar. Teníamos puesta una lista de música y comenzó a sonar Flecha de Soledad Vélez. Recuerdo con claridad la palabra «flecha» escrita en la pantalla digital y cómo, sin decirla en voz alta, se me llenó la boca con ella. Pensé: qué palabra tan bonita y qué nombre tan perfecto para escribir unas cartas que se llamen así.
Tengo muchas ideas y de algunas me enamoro transitoriamente. Me pasa a menudo. Pero esta fue una de esas que, más que idea, era certeza. Pensé que debía transformar mis cartas de verano en algo que me acompañara siempre, durante todo el año, durante todo el tiempo que me fuera posible hacerlo, y supe que ese proyecto mío se llamaría Flecha, porque toda esa idea-certeza me llegó en un instante, con esa canción.
El año pasado cuando terminé OLA, ya tenía este plan en mente, pero no solo no lo llevé a cabo sino que decidí no volver a mandar estas cartas. No gano dinero con ello, no es un trabajo y no es un paso intermedio para llegar a nada. No todo lo que escribo tiene un objetivo comercial, ni mucho menos, pero ver un artículo o un libro publicados es una especie de fin, que le falta a estas cartas. Escribirlas no entra en la categoría de «entretenimiento» y, con esa mentalidad de metas y logros de la que por desgracia aún no me he librado, el tiempo que dedico a ellas me parecía del algún modo injustificable.
Este verano, cuando os mandé mi primera carta, contradije en un arrebato todos mis razonamientos porque… no sé, me apetecía. Y como os decía en la última, tal vez hay que pensar menos en si algo es «conveniente» o «viable», si en el fondo tienes la certeza de que deberías hacerlo.
La publicidad abusa tanto del optimismo vacío y de los lemas como «atrévete», «persigue tus sueños», «busca tu felicidad», que cuando realmente los necesitas, te da miedo utilizarlos.
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Lógicamente, no podía ser otra.
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Flecha es una carta que llegará por la mañana cada dos sábados, para que no os olvidéis de mí pero tengáis tiempo de echarme de menos. Se parecerá a OLA pero al mismo tiempo será muy diferente, o quizá esto ya me lo diréis vosotros, si os animáis a recibirla. En realidad parte de una motivación distinta y me inspira cosas un poco más profundas. Flecha, en resumen, es un experimento y me encantaría que fuerais parte de él.
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Si vas a llamar a tu proyecto «Flecha» o cualquier otro nombre, lo mínimo que puedes hacer es leerte la página de wikipedia de la propia palabra. Así es como descubrí que el símbolo, la abstracción de una flecha para indicar una dirección, no se empezó a usar hasta el siglo XVIII. El dato resulta bastante sospechoso, porque las flechas como objeto llevan con nosotros por lo menos 64.000 años y por mera intuición alguien debería haberlas convertido antes en el símbolo universal que son hoy. No creo que nos extrañara verlas en una pintura rupestre, marcando la dirección de manadas de animales. Pero según este artículo, fuente del de Wikipedia, el señor Ernst Gombrich dató las primeras apariciones de una flecha como símbolo hace solo cuatrocientos años. Antes de eso, se usaban una de mis cosas preferidas en el mundo: โ las manitas indicadoras.
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Mi caso con Flecha no es lo habitual. Pocas veces el nombre viene al mismo tiempo que la idea, y para dar con uno que funcione hay que pensar muchísimos. Alguna vez he trabajado en proyectos de naming (sí, tristísimo que no tengamos en español un buen término precisamente para esto) y es fascinante y desesperante a partes iguales. Si os interesa el tema, os recomiendo leer El nombre de las cosas, el único libro de marketing que de verdad me ha gustado, porque en realidad tiene mucho más de novela autobiográfica y de pura poesía que de marketing. Es una obra curiosa, en la que Fernando Beltrán, la persona que ha creado el nombre de marcas que seguro que odiáis y otras que amáis, cuenta cómo se convirtió en el primer nombrador profesional de España.*
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Aquí me despido. Espero que os apetezca leer Flecha al menos una décima parte de lo que a mí me apetece mandarla. Avisad también a vuestras amistades para que se den de alta, ¡pero solo si lo merecen! En realidad, igual que con OLA el objetivo no es llegar al mucha gente, sino a la mejor gente.
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*. Yo no conozco personalmente a este señor, pero durante una época coincidía a menudo con él en un restaurante cerca de mi trabajo. Una amiga que solía acompañarme, sin saber nada de él, solo por su aspecto, lo llamaba "el antropólogo". Siempre he pensado que él le haría gracia.
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