Los días se alargan y la luz gana terreno, pero yo llevo unas semanas «medioenferma de sombras» como la dama de Shalott (siempre me ha parecido perfecta la traducción literal de «half-sick of shadows» aunque Tennyson no quisiera decir eso exactamente).

Ver en navegador

Ouzo Kin

Queridas personas:

 

Los días se alargan y la luz gana terreno, pero yo llevo unas semanas «medioenferma de sombras» como la dama de Shalott (siempre me ha parecido perfecta la traducción literal de «half-sick of shadows» aunque Tennyson no quisiera decir eso exactamente). ¿Debería hablar en estas cartas de esa tristeza? Después de pensarlo mucho, he decidido que no. A veces verbalizar la pena sirve para entenderla, diseccionarla y reducir así su poder. Pero otras, cuando la tristeza es ya bien conocida, la solución viene por no darle más espacio, dejarla fuera de tu relato, aunque sea por la fuerza.

 

Los almendros han florecido, la tierra empieza a despertar y yo siento el impulso de sacudirme las sombras e inclinarme hacia la luz. Somos criaturas que funcionan por contraste, siempre más conscientes de lo que nos falta que de lo que nos sobra. Es por eso que cuando estoy tocada por la oscuridad suelo tener las revelaciones más luminosas. Me ocurrió el domingo pasado, en casa, mientras oía las campanas de la iglesia vecina. De repente tuve la misma fe, la misma seguridad que imagino que los creyentes tienen cuando acuden a misa. Supe que si buscaba la belleza estaría salvada.

 

En Del amor, Stendhal escribió su famosa cita: «la belleza no es más que una promesa de felicidad». Y aclara luego que la felicidad para alguien de la Antigua Grecia no es la misma que para alguien de su Francia contemporánea. Esa concepción libre y arbitraria de la belleza, no como un fin en sí mismo, sino como un mero vehículo, es reconfortante. Aunque Stendhal estuviera refiriéndose al rostro imperfecto de su amada (el capítulo de hecho se llama «La belleza destronada por el amor»), sus palabras aún resuenan porque son universales y pueden aplicarse a todo. Cuando nos rodeamos de objetos bellos según lo que dictan los cánones, nos sentimos vacíos. Sin embargo, cuando esa belleza nos toca de alguna forma, nos promete una idea de felicidad que conocemos, que alguna vez hemos sentido, el medio y el fin se confunden: la propia visión de la belleza nos hace felices.

 

Mientras sonaban las campanas, no fue solo esta idea la que vino en mi auxilio. Sé que el mundo está lleno de belleza. Se me olvida a veces, pero lo sé. Sin embargo, nunca me había parado a pensar que el mundo también está lleno de personas que la buscan. Personas que, de una forma u otra han tenido la misma revelación que yo, y cuyo propósito día tras día es encontrarse con ella. Quizá su idea de belleza no es la misma que la mía. Pero es el entendimiento lo que nos une.

 

🎧 El otro día en Radio Clásica, una buscadora de belleza llamaba para pedir que pusieran una pieza que escuchó alguna vez, pero que le era imposible volver a encontrar porque no recordaba el título. Esta temporada estoy intentando poner música de este siglo, pero, por favor, entendedme, el tema de esta carta no podía ser otro.

 

Una lectura

Sé que de este libro ya se habló mucho, pero yo no lo había leído hasta hace poco. Me pareció perfecto de principio a fin. No solo me gustó, me secuestró. Recuerdo mejor lo que el libro me contaba que dónde estaba yo mientras lo leía. Sufrí porque era corto: ya no quería vivir fuera de él. Ese es uno de los efectos trágicos de la belleza.
☞ En Kindle / en librerías

 

Un tesoro

¿Este colgante de amatista tallada de hace dos mil años es bonito o es perturbador? ¿Está la ninfa montada sobre el tentáculo de un monstruo marino o podría ser su propia cola? Justo el tipo de belleza que me interesa.

 

Un lugar

Suiza es un país donde no hay que buscar la belleza. Ella va a por ti y te asalta por la calle. Cuando miras el reflejo de las montañas en un lago y crees que el paisaje no podría ser más bonito, un cisne aparece deslizándose en tu campo de visión y te observa con desdén. Es abrumador. Dentro de unos meses explicaré por qué viajé a Suiza en enero y qué estuve haciendo allí, pero hoy quiero hablaros de uno de los lugares más increíbles que he visitado nunca: la biblioteca de la abadía de St. Gallen. Podría describírosla, pero me llevaría varios meses, así que es mejor que la veáis aquí y aquí.

 

El día que fuimos la ciudad estaba nevada y lo recuerdo todo como en un sueño. Me puse muy nerviosa cuando entramos. Éramos los únicos turistas. Nada más que cuatro personas en la sala contando a la vigilante que no permite que grabes o hagas fotos, lo cual es un alivio. Mi cabeza no entendía muy bien que la biblioteca fuera real, que no la estuviera imaginando, y empecé a respirar muy deprisa. Pensé: esto es el síndrome de Stendhal. Me voy a caer redonda. Pero no me desmayé. Creo que solo hiperventilé un poco y luego sentía que me flotaba la cabeza. Por si la arquitectura, los techos pintados, los manuscritos expuestos, la esfera celeste y la momia (sí, había un sarcófago y una momia) no fueran suficiente, algunas vitrinas mostraban una exposición temporal de las obras de esta artista. Es una visita muy corta pero me fui de allí sujetándome la cabeza por si salía volando.

 

Para terminar, os doy un dato: en la entrada a la biblioteca hay una inscripción que pone «psyché iatreio». Algo así como «sanatorio para el alma». A veces me acuerdo de esto y solo con pensarlo me siento mejor.

 

Una invitación

Understand, I’ll slip quietly
away from the noisy crowd
when I see the pale
stars rising, blooming, over the oaks.

I’ll pursue solitary pathways
through the pale twilit meadows,
with only this one dream:
You come too.


Rainer Maria Rilke
(No he encontrado este poema traducido a español. Aquí podéis leer la versión en alemán original).

 

Me despido por hoy. Espero que esta carta os haya aportado un poco de felicidad o si no, al menos, ganas de salir a buscarla.

 

Ya casi. Ya casi.

 

📤 Si quieres compartir esta carta, usa este enlace.

📬 Si has llegado por casualidad y quieres quedarte, suscríbete.

 

🗑 Y si no quieres seguir leyéndome, date de baja.