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Queridas personas:

 

Dejadme que empiece esta carta con un pequeño manifiesto. Veréis, una de las teorías más controvertidas, catastrofistas y fascinantes en las que me gusta creer es la que afirma que el lenguaje surgió y se expandió entre nuestra especie como un virus. Aunque ahora nos cueste concebirlo, el homo sapiens no venía de serie con el lenguaje puesto y aún no se ha podido probar que sea una habilidad innata y no puramente aprendida.

 

Estaremos todos de acuerdo en que, como salto evolutivo, el lenguaje nos fue muy útil. Cuando la especie humana aún competía con otras especies por perpetuar su legado genético, imaginad el avance que supuso poder decir: amigos, se me ha ocurrido un plan para cazar a esos mamuts sin morir en el intento. Os lo voy a contar, pero estoy abierto a sugerencias. Compartamos nuestras ideas.

 

Práctico, ¿verdad? El problema es que una vez superada la amenaza de la extinción, el lenguaje siguió entre nosotros, convirtiéndonos en criaturas compulsivamente sociales y fue entonces cuando empezamos a complicarnos. Podríamos decir que en los últimos milenios esta idea de evitar la extinción pasó a un segundo o tercer plano, hasta el punto de que, oh, sorpresa, nos hemos reencontrado con ella.

 

Pero volvamos al lenguaje. Aunque dé un poco de vértigo pensar en ello, es un hecho: nunca en la historia de la Humanidad, hemos estado tan conectados y comunicados como ahora. Nunca hemos estado tan expuestos a las palabras de otros ni nuestras palabras han tenido tanto alcance.

 

Como persona que trabaja con el lenguaje y ha dedicado prácticamente su vida a él, me siento casi en la obligación moral de tomar una posición consciente: no quiero que mis palabras contribuyan al ruido, al caos, al spam vital en el que vivimos inmersos. No quiero que respondan únicamente a la necesidad de una publicación de obtener clics que se traduzcan en impresiones de un banner, ni al deseo ególatra y ridículo de acumular cifras con forma de corazón.

 

Quiero que mis palabras tengan un propósito y una dirección. Quiero que tengan impacto, profundo o superficial, pero positivo. Quiero que, aunque sea en esta medida personal, minúscula e irrelevante, mis palabras sirvan para el bien.

 

Me gustaría, en resumen, que estas cartas mías fueran flechas. Y si estas flechas, os hacen reflexionar, os enriquecen o, aunque sea durante un solo segundo, os hacen sentir mejor, entonces habré dado en el blanco.

 

Canciones para teletransportarse

En este caso, a un lugar de calles desiertas y árboles gigantes, donde puedes pasear cantando por la calle sin que nadie te oiga. Are you with me now? de Cate Le Bon es la canción que más escuché este verano mientras fantaseaba con crear Flecha, así que tenía que estar aquí.

 

¿Qué palabras vas a decir esta semana? Piénsalo.

 

Lecturas que te cambian

Si la idea del lenguaje como un virus os ha infectado irreversiblemente, como me pasó a mí, os recomiendo leer The Kelulé Problem, un miniensayo de Cormac McCarthy en el que desarrolla esta hipótesis y otras no del todo creíbles, pero igualmente fascinantes. 

 

Personajes con los que compartiría piso

Vignette de Carnival Row es un hada activista, se describe sexualmente como magnificent (+100 puntos por esto), habla con acento irlandés y está condenada a enamorarse del personaje más brasas de toda su serie. ¡Cómo no quererla! Carnival Row tiene muchos defectos, pero el universo en el que transcurre me resulta más cercano a mis referencias que la propia realidad. Tiene un poco de La estación de la calle Perdido, mucho de fantasía young-adult como Six of Crows, y por supuesto la dosis mínima reglamentaria de Lovecraft. Alabado sea Lovecraft.

 

Cosas que te rompen la cabeza

The Birth of a Word es la charla TED más terrorífica y fascinante que he visto en mi vida. A veces me vuelve a la mente como si fuera un capítulo de Black Mirror y después me asusto al recordar que es real y que la tecnología que se describe es de hace NUEVE años.

 

¿Qué palabras vas a leer esta semana? Piénsalo.

 

Datos que hacen el mundo interesante

Veréis, no me fío de que os leáis The Kelulé Problem. Es un texto muy largo y vosotros gente muy ocupada. Así que os traigo aquí aparte un dato maravilloso que descubrí mientras lo leía: los cetáceos respiran de manera consciente (tienen que salir a la superficie para hacerlo), así que dormir para ellos es un poco complicado. Los delfines solucionan este problema durmiendo sólo con la mitad del cerebro. Primero un hemisferio y luego el otro. Por si no fueran ya suficientemente increíbles cuando están despiertos.

 

Una incomodidad necesaria

Las palabras que usamos son muy importantes. No me voy a poner en plan sapirwhorfista, pero casi. Todos los días comprobamos cómo las élites se sirven de eufemismos para manipularnos y cómo nosotros propagamos sus términos engañosos. Por eso es importante que dejemos de hablar de «cambio climático» y empecemos a hablar de «crisis climática». Sobre todo si eres un periódico.

 

¿Qué palabras vas a escribir esta semana? Piénsalo.

 

Carmen del pasado

Hace meses escribí una columna sobre cómo, tras el advenimiento de la redes sociales, las personas empezamos inconscientemente a competir por la atención y hablar en internet como vallas publicitarias, exagerando, seduciendo y engañándonos sobre todo a nosotros mismos.

 

Hasta aquí llega esta carta. Espero que os haya entretenido y sobre todo que os haya hecho pensar. Es la primera Flecha, pero casi todos aquí somos amigos de verano, tenemos confianza para que me digáis qué os ha parecido.

 

Si os ha gustado, podéis reenviarla, compartirla, apuntar y disparar. Cuento con vosotros como mi escuadrón de arqueros. 🏹

 

¡¿Y quién no, Cindy?!

 

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💔 O date de baja.

 

📷 CRÉDITOS

1. Foto de Gerhard Riebicke

2. Anuncio de Bell Telephone System, 1951

3. Gene Tierney en Leave Her to Heaven, 1945

4. Origen irrastreable

5. Cindy Brady en The Brady Bunch