Queridos míos:
Una reflexión que por suerte me lleva acompañando muchos años es pensar, cuando estoy tumbada plácidamente en la cama, mirando el cielo por la ventana de mi cuarto, que mi vida no puede ser mejor que en ese preciso momento. Me pregunto entonces para qué sirve todo lo demás y llego a la conclusión de que sirve para que pueda estar tumbada plácidamente en la cama, mirando el cielo por la ventana de mi cuarto, en ese preciso momento.
En primer lugar, la situación requiere que esté sana y que gracias a todo un sistema me haya mantenido sana muchos años para que el reposo sea plácido, puntual y elegido, no una postura obligada.
Segundo, sin ninguna ventaja heredada, tengo que haber recibido una educación que me haya permitido acceder a un trabajo con el que poder pagar la casa donde está la cama, la habitación con ventana, el silencio, la tranquilidad y el tiempo.
Por supuesto, también es necesario haber nacido con la suerte de estar en un país, donde infinidad de gente muriera luchando para que yo pueda estar hoy durmiendo en una cama, y no en el catre de una cárcel, solo por tener las ideas que tengo o por ser quien soy.
Y por último, como persona con un mínimo de empatía, para poder disfrutar de ese momento también necesito saber que el sistema en el que vivo aspira a que todo el mundo pueda hacer lo mismo que yo: vivir con dignidad y disponer de mi propio tiempo.
En resumen, en estas cartas os hablo mucho de la felicidad individual, porque es el tipo de felicidad que más me gusta, pero no olvidéis nunca que la felicidad individual no puede existir sin la colectiva.
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