El otro día me topé con un artículo sobre por qué en general nos mostramos reticentes a mantener conversaciones profundas con desconocidos y cómo, cuando nos atrevemos a tenerlas, el resultado suele sorprendernos para bien.

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Serge Lutens

Queridas personas:

El otro día me topé con un artículo sobre por qué en general nos mostramos reticentes a mantener conversaciones profundas con desconocidos y cómo, cuando nos atrevemos a tenerlas, el resultado suele sorprendernos para bien. Yo recuerdo haber participado en algunas, e incluso haber asistido a otras como testigo involuntaria, sentada en un autobús, por ejemplo. ¿Pero no es lógico que se produzcan? Cuando el juicio de la otra persona no te importa porque sabes que no vais a volver a encontraros, es cuando más libre te sientes para decir lo que piensas.

Eso es exactamente lo que hago yo con esta carta. Os escribo a un montón de desconocidos y me pongo a hablar, sin ningún reparo, del concepto de realidad o el sentido de la existencia. A veces, cuando alguien cercano, pero no íntimo, me dice que lee Flecha, sufro un instante de vértigo al pensar que le he contado cosas a esa persona que me costaría mucho mencionar en una conversación. Pero es un alivio, principalmente. Una especie de atajo. Ahora sé que más allá de la cháchara superficial que hayamos mantenido, a esa persona le interesan los mismos temas que a mí.

Sobre este mismo asunto, incluí un consejo en mi última carta y los comentarios que recibí al respecto me partieron un poco el corazón. Me apena pensar que sois tantas, todas mujeres además, las que, en alguna ocasión, habéis temido resultar demasiado «intensas». Estaremos de acuerdo en que el nivel de receptividad es variable para todos. Yo, en el mismo día, puedo leer algo y emocionarme hasta las lágrimas o toparme con un contenido similar y pasar de largo pensando «uf, no, no tengo la cabeza para esto». Pero cuando se da el segundo caso, ¿se me ocurre expresarlo? ¿Le digo a la otra persona que se ha pasado de profunda? No. ¿Por qué iba a hacer eso? ¿Por qué hay quien se ampara en el humor cínico para mofarse de los que intentan abrirse a los demás? Se me ocurren varios motivos y todos dibujan una imagen muy pobre del sujeto. Yo no os voy a decir si, ante un ataque de este tipo, tenéis que reaccionar con enfado, indiferencia o compasión, pero sí os aseguro que lo que no procede en absoluto es sentir vergüenza.

La vida es demasiado corta para andar preocupada porque una vez alguien pensó que te estabas tomando demasiado en serio a ti misma y, demostrando una arrogancia muy superior a la tuya, sintió que necesitabas saberlo.

Al final no tienes más remedio que olvidarte de los demás y pensar en ti: el tiempo que pases fingiendo que estás de vuelta de todo (spoiler: no lo estás) es probable que no te sirva, que no te llene por dentro o que no te haga feliz. Y nadie va a devolverte ese tiempo.

 

🎧 Esta canción es más bien un himno y fue muy importante en mi vida hace años. Os la dejo aquí, como un legado para las más jóvenes o para cualquiera que necesite escucharla.

 

Un tesoro

Un anillo de hace unos 2400 años con la imagen de Hermes porque, ¿quién no necesita tener a un dios mensajero siempre a mano?

 

Una lectura

Piranesi es un libro rarísimo y delicado. Es un libro que no es de este mundo. Llevaba todo el año esperando a que lo tradujeran en español para recomendarlo aquí y que no me pusierais excusas. Y si ya lo habéis leído, os recomiendo esta entrevista con la autora, que me gustó casi tanto como el propio libro.

 

Unas palabras mágicas

«¿Cuál es la duración de la vida del hombre? Un punto en el espacio. ¿La sustancia? Variable. ¿Las sensaciones? Oscuras. ¿Qué es el cuerpo? Futura putrefacción. ¿Su alma? Un torbellino. ¿Su destino? Enigma. ¿Su reputación? Dudosa. En una palabra, todo lo que proviene de su cuerpo es como el agua de un torrente, y lo que dimana de su alma, como un sueño, como el humo. Su vida es un combate perpetuo, un destierro en suelo extranjero; su fama después de la muerte, un olvido absoluto. ¿Qué es, pues, lo único que puede guiarnos en este mundo? Una sola y única cosa: la filosofía. Esta consiste en velar por el genio que reside en nuestro interior, de suerte que no reciba ni afrenta ni heridas, que no se deje arrastrar por los placeres ni por los dolores, que no haga nada a la ventura, que no emplee los embustes ni la hipocresía, que no cuente nunca con lo que otro haga o deje de hacer, que acepte todo lo que suceda o que le corresponda como procedente de su mismo origen y, en fin, que aguarde la muerte con paciencia y no viendo en ella sino la disolución de los elementos que constituyen el organismo de todo ser viviente. Si estos elementos no sufren daño alguno al transformarse perpetuamente de un estado a otro, ¿por qué ha de inspirar la muerte desconfianza y temor? Todo se halla regido por la Naturaleza, luego no hay peligro alguno.».

¿Vosotros os imagináis al emperador Marco Aurelio sentado en su escritorio, escribiendo sus Meditaciones y pensando «ay, igual me estoy pasando de intenso»? No, por supuesto que no. Si lo hubiera hecho, su cuaderno de apuntes no se seguiría editando 2000 años después.

 

Aquí me despido. Hasta dentro de dos sábados, queridas personas, vivid con la intensidad que os apetezca.

 

Exacto.

 

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