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Queridas personas:
No sé vosotros, pero yo mi vida la recuerdo dividida en etapas, normalmente asociadas a las casas donde he vivido o los trabajos por los que he pasado. Cuando pienso en una de esas fases en concreto, que sé que duró cinco años, puedo enumerar los hitos importantes, los éxitos, las debacles, algunas anécdotas y una sensación general de haber vivido intensamente. Pero todo esto lo recuerdo como cosas que vi alguna vez en una película, casi como si me viera a mí misma desde fuera, en uno de esos falsos flashbacks cinematográficos.
Hay momentos, sin embargo, a los que me puedo teletransportar. Son puntos en la memoria que tienen conexión directa con el ahora. Como esos recuerdos vívidos de la infancia en los que te recuerdas a ti mismo, tal y como eres en el presente, de adulto y no de niño. Muchos de estos momentos no son especiales, lo que pasaba no tenía ninguna relevancia en la trama de mi vida y, sin embargo, se grabaron a fuego.
De esta etapa que comentaba antes, me vienen a la mente los ratos, después de comer, en los que aún me quedaba media hora libre en la oficina para leer un poco, tumbada al sol. Esa media hora era mía, me pertenecía por completo y es, curiosamente, lo que mejor recuerdo de aquellos años.
Es importante prestar atención y saber de qué están hechos esos momentos que brillan en la memoria. Quizá se trate de la información más preciosa que podemos obtener de nosostros mismos. ¿Están hechos de adrenalina? ¿De amigos? ¿De soledad? ¿Son recuerdos cristalizados por el reconocimiento, el orgullo o alguna emoción compleja, o se forjaron solo con la luz, el viento y los colores de un paisaje? Estos instantes no pueden fabricarse intencionadamente, pero nos dicen qué es lo que realmente cuenta para nosotros. Quizá no sea nada fabuloso que quede bien confesar, como el día de tu boda o cuando te ascendieron en el trabajo. Pero eso es lo mejor: no tienen que serlo.
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Canciones para teletransportarse
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Reconozco que el concepto de «canción preferida» es absurdo, porque la música es demasiado amplia para elegir, pero resulta que yo tengo una y es esta, siempre en estrecha competencia con el tema original instrumental. Es además la que sonaba una mañana que pasé sola en un hotel de Tokio, mientras fuera nevaba, y pensando en la letra, en lo que siempre ha significado para mí la parte de «Stop your busy day/ And take the time out/ To see if I'm alive», se me ocurrió por primera vez que debería crear una carta, una newsletter, que reflejara exactamente ese espíritu. Nunca la he compartido en OLA porque no es una canción de verano, pero ahora por fin he encontrado el sitio perfecto para ella.
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No suelo leer los libros que se ponen de moda, o al menos no hasta que todo el mundo haya dejado de hablar de ellos, pero en el caso de How to do nothing pensé que merecía una excepción. Pocos textos me han impactado tanto, en el sentido de encontrar verbalizados y mucho mejor articulados mis propios pensamientos. El primer capítulo lo recuerdo con algo parecido al terror. Como si mis reflexiones de los últimos años no hubieran sido mías, sino parte de un fenómeno colectivo. Es un ensayo necesario sobre la economía del tiempo, sobre cómo nos enseñan a considerar importantes en la vida cosas que en realidad no lo son. Y si ya lo habéis leído (que deberíais), este épilogo me parece imprescindible.
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Media hora. Solo media hora, pero tuya.
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Pienso muy a menudo en este artículo que leí hace meses. Me acuerdo de él cuando mis amigas con hijos pequeños me dicen que la maternidad está bien y no querrían volver atrás, pero les falta tiempo para, además de madres, poder ser ellas. El artículo se centra sobre todo en las escritoras: cuántas grandes novelas, poemas y ensayos se ha perdido el mundo por la falta de tiempo de mujeres que tenían que cuidar de niños y limpiar la casa. Y en parte, estoy de acuerdo: para quien escribe, no tener tiempo que dedicarle a la escritura es como no tener aire para respirar (con consecuencias, quizá, visiblemente menos dramáticas). ¿Pero no es caer también en el error de pensar que cuando tenemos tiempo disponible debemos hacer algo «significativo» con él? ¿Y si solo queremos disfrutar del tiempo «sin hacer nada»? ¿Y si entendiéramos que «disfrutar del tiempo sin hacer nada» es una frase sin sentido porque «disfrutar del tiempo» ya es hacer algo?
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Si habéis decidido leer el libro que os recomendaba antes, saltaos esta parte porque Jenny Odell lo explica mucho mejor. Pero para quien, paradójicamente, no tenga tiempo de leerlo o quiera recordarlo, traigo aquí una de las reflexiones que más me gustó. Hay una parte en la que habla sobre el movimiento sindical de obreros en Estados Unidos y la primera estrofa de la canción que se convirtió en su himno:
We mean to make things over,
We are tired of toil for naught
With but bare enough to live upon
And ne'er an hour for thought.
We want to feel the sunshine
And we want to smell the flow'rs
We are sure that God has willed it
And we mean to have eight hours;
We're summoning our forces
From the shipyard, shop and mill
Eight hours for work, eight hours for rest
Eight hours for what we will;
Eight hours for work, eight hours for rest
Eight hours for what we will.
Los obreros de entonces reivindicaban ocho horas para ellos. No para apuntarse al gimnasio, ir de compras, buscar recetas de comida sana, mejorar tu inglés, llevar a cabo tu rutina facial o pensar en cómo monetizar tu hobby. No para ser «mejor», ni más «productivo». Querían ocho horas para ellos, para lo que les diera la gana. Para tumbarse al sol y oler las flores. En definitiva, para vivir.
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Apps que están de nuestra parte
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Hace aproximadamente un año alcancé un punto de inflexión en mi relación con las redes sociales, como conté aquí. Mi adicción a ellas se había convertido en el peor parásito de esos pequeños espacios de tiempo libre que antes me permitían pensar y respirar (que a veces es lo mismo). Desde entonces, el camino ha sido largo y tortuoso pero una de las apps que más me ha ayudado (porque ni el teléfono ni internet son realmente los enemigos) ha sido Pocket. En esos miniespacios de tiempo demasiado breves para enfrascarme en una lectura larga, sé que Pocket está esperándome con artículos que la Carmen del pasado seleccionó para mí como quien llena una bolsa de chucherías. Y leer varios párrafos estructurados me sienta siempre mejor que la descarga de información inconexa que recibo al hacer scroll en una red social.
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Instagram es uno de los peores parásitos en potencia si lo dejas apoderarse de tu tiempo, pero yo llevo todo el año intentado utilizarlo para el bien. Si estás leyendo esto el sábado, 1 de febrero (el día que he mandado esta carta), podemos hablar aquí. He decidido voluntariamente dedicar parte de mi día a vosotros.
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Me despido ya y no os quito más tiempo. Mis deberes para estas dos semanas: ninguno.
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Recuerda: 8 horas para lo que quieras.
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📸 CRÉDITOS
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1. Vogue, 1960.
2. Foto del usuario basje en Flickr
3. Los rescatadores, Disney
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4. Detalle de Idle Thoughts de Auguste Toulmouche
5. Origen irrastreable
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