Como ya tengo cierta edad, empiezo a desvariar un poco y esta carta es mi forma particular de terapia, os voy a contar una cosa que creo que nunca le he contado a nadie.

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Laundry Day de Jeff Drew

Queridas personas:

Como ya tengo cierta edad, empiezo a desvariar un poco y esta carta es mi forma particular de terapia, os voy a contar una cosa que nunca le he contado a nadie. En el último curso de instituto, un profesor con el que nunca había tenido mucha confianza o afinidad me dijo algo que me marcó durante años. En una demostración de sinceridad que nadie le había pedido y con un propósito que a día de hoy me sigue siendo imposible descifrar, me explicó que cuando llegué al instituto yo era diferente, que estaba a un nivel superior respecto a mis compañeros, pero que cuatro años después me había convertido en una más.

A pesar de que han transcurrido décadas, aquellas palabras todavía me provocan la misma mezcla confusa de emociones. Estoy segura de que no se refería a mi desempeño académico porque terminé el instituto con matrícula de honor. ¿Qué quería decir entonces? Un comentario así por parte de un adulto me pareció gratuito y algo mezquino. En cierta manera me hirió porque fue mi primer contacto con la sofisticada crueldad del «tú antes molabas» que tantas veces me encontraría en el futuro. Pero al mismo tiempo sus palabras me hicieron sentir feliz y orgullosa. Porque sabía que estaba siendo sincero y había mucha verdad en ellas.

Esa «diferencia» que él percibía y que, según su criterio, me hacía especial era para mí un tormento. Sentirme distinta me aislaba y convertía mi vida en un suplicio. «La rara» no es lo peor que te pueden llamar en un instituto, pero cuando eres adolescente no le encuentras el matiz interesante que podría verle ahora. Por supuesto que me esforcé durante esos cuatro años, si no en deshacerme de mi rareza, al menos en camuflarla todo lo posible. Él se refirió a «ser una más» como algo despectivo, cuando literalmente «ser una más» era el sueño de mi vida.

A día de hoy, me hace gracia esta anécdota. Tengo muy claro que la normalidad es una ficción social en la que todos nos esforzamos por encajar con más o menos acierto. Si echo la vista atrás y pienso en mis compañeros de instituto, nadie, empezando por aquel profesor, me parece normal. Cada persona es una combinación única de anhelos, traumas y talentos. Hay quien construye su identidad basándose en lo que le hace diferente, porque necesita sentirse especial y hay quien prefiere no sobresalir y adherirse a un grupo, verse respaldado en una mayoría de iguales. Yo hace muchos años que encontré el equilibrio entre un extremo y otro y jamás volví a sufrir por llamar demasiado la atención o no brillar lo suficiente.

Lo que me importa de esta historia y la razón por la que la estoy compartiendo con vosotros es esa disonancia ridícula entre las narrativas que el profesor y yo manejábamos: «una alumna prometedora acaba perdiendo su ventaja frente a los demás» vs. «una adolescente inadaptada consigue encajar a duras penas en su entorno». ¿Era mi versión más acertada que la suya porque yo conocía mejor mi vida? Pues no lo creo. Madurar para mí fue tomar perspectiva. Liberarme por fin de esas historias que yo me contaba a mí misma sobre mí y evitar en lo posible verme atrapada por las de otros.

No soy relativista en todos los ámbitos, pero tengo claro que la sucesión de hechos que componen la vida de una persona solo puede cobrar sentido a través de un relato. Es así como entendemos a los demás y es así como nos narramos a nosotros mismos. Y esas interpretaciones, nos guste admitirlo o no, son siempre subjetivas.

¿Os incomoda pensar que la identidad es solo una interpretación? Entonces podéis ignorar lo que acabo de decir y seguir con vuestra vida, como todos hacemos la mayor parte del tiempo. Pero si sentís que esta idea os libera y os quita un peso de encima, intentad saliros por un momento del relato y observaros desde el margen: ¿podría haber otra forma de entender vuestra realidad, de reescribir vuestra historia?

 

🎧 Una canción para imaginar que eres un atractivo vampiro de 1103 años de edad y un día te pones a hablar por casualidad en un parque con un anciano que da de comer a las palomas y resulta que es la primera persona que te hace reír en siglos.

 

Un tesoro

Una de las razones por las que me obsesiona el pasado es porque estoy segura de que las personas de hace milenios eran iguales a nosotros, pero en ciertos aspectos tenían una percepción completamente distinta de la realidad. ¿Qué clase de cosas pensaría la persona que se miraba en este espejo?

 

Carmen del pasado

Sobre el tema de esta carta he escrito anteriormente y volveré a escribir porque es una de mis fijaciones.

 

Vuestras recomendaciones

Cambiar de hábitos o simplemente integrar uno nuevo en nuestra rutina es la manera más sencilla y accesible de sentir que tenemos algo de control sobre nuestra historia. Si los perfumes fueran personalidades, los hábitos serían como esas pequeñas muestras que se regalan para probar. Creo que por eso estamos siempre deseosos de encontrar la fórmula perfecta que nos convierta en la persona que queremos ser.

Esta semana voy a recopilar algunos de los hábitos que me habéis dicho que os ayudaron en 2021 a sentiros mejor:

Pintar con acuarelas en un parque, vivir sin sofá en el salón para moverte más (esto es ciencia ficción para mí), desayunar en un bar el fin de semana para pasar un rato a solas (mucho más mi estilo), hacer manualidades y pintar mandalas, trabajar de pie sobre un balance board, ir caminando durante cuarenta minutos al trabajo (sé por experiencia que algo tan simple puede cambiar por completo tu rutina), saltar a la comba en el gimnasio o en un parque, pensar detenidamente cada compra para evitar el consumo por inercia, pasear por un parque, administrarte una dosis de naturaleza y tomar el sol, hacer meditación y yoga (estas dos cosas son las más recomendadas), moverte en bici eléctrica, hacer senderismo, escribir a mano en un diario y practicar la caligrafía, madrugar para tener tiempo de ir al gimnasio (fantasía), dedicarte un cuidado como una ducha o un té cuando no sabes qué hacer, poner el móvil en blanco y negro y bloquear Instagram y Twitter antes de ir a dormir (yo hago algo parecido), practicar el bullet journaling, estirar en la cama relajada antes de empezar el día (interesante), no hacer nada hasta llegar a aburrirte y recoger algo de basura cada vez que salimos al campo (esto me ha parecido muy bonito).

Y ahora os voy a compartir la recomendación que más me ha gustado de los cientos que he recibido. La transcribo literalmente:

«Tuve que elegir un pseudónimo para un concurso de literatura, me gustó tanto el nombre que a veces hago cosas para ser ese personaje y que no muera. cosas como ir sola al cine por ejemplo que yo nunca haría. Resulta que es la mar de divertido».

Podéis mandarme más recomendaciones aquí:

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Me despido por hoy. Espero que paséis un buen finde y si no, lo reescribáis.

 

Yo de adolescente. (No he encontrado el origen de este collage, si lo conocéis, decídmelo).

 

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