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Queridas personas:

 

Como sabréis si me seguís en Instagram, ahora mismo, mientras me leéis, estoy de viaje por Ecuador. Sin embargo, no os escribo desde allí, sino desde el pasado, lo que da lugar a una situación paradójica: vosotros quizá sabéis dónde me encuentro exactamente, qué cosas he vivido en los últimos días, mientras yo no tengo ni la menor idea. Las próximas semanas son para mí una incógnita porque ni siquiera hemos decidido aún el itinerario.

 

Tengo ganas de viajar para escapar de Madrid y de la rutina, pero por primera vez se me plantean dudas morales. Comprar un billete de avión y cruzar medio mundo solo para estar tres semanas contribuyendo a la parquetematización de sitios en los que otra gente  vive me parece una forma de viajar que quizá en un futuro no tan lejano se considere aberrante. 

 

Ayer, cuando discutía esto con mi novio, él dibujaba un futuro más optimista, en el que se habrán tomado medidas para que el turismo sea sostenible. Me decía que fuera como fuese, él no estaba dispuesto a dejar de viajar.

 

Yo tampoco quiero renunciar a viajar. Los viajes que he tenido la suerte de poder hacer me han convertido en la persona que soy. Y no, no es igual de enriquecedor ir a Francia en tren que viajar en avión a una selva de Guatemala. La distancia es proporcional al contraste y cuanto mayores son las diferencias que observas, mayor es el aprendizaje vital. 

 

Pero pienso en un futuro utópico, un mundo más igualitario donde todos tuviéramos la oportunidad de viajar y, o bien en ese futuro la población mundial se ha reducido drásticamente (lo que implicaría un evento más distópico que utópico) o las cuentas sencillamente no salen. 

 

Canciones para teletransportarse

La versión cantada de este famoso tema es perfecta para imaginarse bajo la luz de las estrellas en un éxotico desierto oriental de arenas interminables, idealizado y perfecto, porque no tiene su origen en la realidad sino en la imaginación de un músico puertorriqueño

 

La cara del conductor.

 

Geografías imaginarias

Hace dos años estuve en China. Como conté en las #OLApostales que os «mandé» fue uno de los viajes que más me han marcado en mi vida. Pero es que además, fueron dos viajes en uno. En los largos trayectos en tren que nos llevaban de una punta a otra del continente, exploraba el mundo de Hyrule, mientras jugaba a The Legend of Zelda: Breath of the Wild. Para mí fue tan emocionante recorrer el río Li y ver esas montañas fantásticas que aparecen en el billete de veinte yuanes (muy parecidas a estas), que cruzarme por sorpresa con un dragón mientras atravesaba el lago Hylia. Se que para los que no hayáis jugado nunca a un videojuego de mundo abierto, esto es difícil de comprender, pero precisamente por eso no podéis quedaros sin probarlo.   

 

Los mundos que más me interesan son los que no existen.

 

Lecturas que te cambian

Es extraño que yo a los veintitantos decidiera leerme un libro de no ficción sobre África, un continente cuya complicadísima situación política me daba dolor de cabeza. Pero me alegro de haberlo hecho porque supuso un punto de inflexión. Ébano de Ryszard Kapuściński es uno de esos libros extraordinarios que mientras te hacen pasar un buen rato, te ayudan a comprender el mundo.

 

Una incomodidad necesaria

Renunciar a viajar en avión es muy difícil o directamente inviable si se hace por motivos de trabajo, pero es necesario ser conscientes de lo que supone. No puede ser que nos preocupemos mucho de reciclar y no sepamos el coste en CO2 que tienen nuestras vacaciones. Y sobre todo, que no sepamos quién es la minoría privilegiada que más emisiones nos carga a todos.

 

Datos que hacen el mundo interesante

Como el negro es el color de las sotanas, el luto y el de las mujeres de las posguerra (a las que constantemente se les había muerto alguien), siempre pensé de manera inconsciente que en el Siglo de Oro en España, la realeza vestía de negro por su celoso vínculo con la religión. Nada de eso. Hace poco, mientras cenábamos en un japonés, mi amiga Tania me contó que el negro llegó a la corte de Felipe II como un lujo exótico. Hasta entonces el tinte para la ropa enseguida se volvía grisáceo, lo que llamaban «negro ala de mosca». Pero gracias a la madera del árbol Palo de Campeche, traída del Nuevo Mundo, pudieron fabricar un tinte, oscuro y duradero, el «negro ala de cuervo», que era además un símbolo de riqueza y poder (como tener jet privado). Creo recordar que la cena estuvo bien, pero este dato aún lo sigo saboreando.

 

Lo de fuera es siempre más atractivo.

 

Carmen del pasado

Estas cartas que os mando me sirven de terapia y también como diario. Leo esta que os escribí hace dos años, y me doy cuenta de que por entonces no me preocupaban tanto los aspectos negativos del turismo, quizá porque aún no los había sufrido muy de cerca. Mi visión entusiasta sobre viajar no ha cambiado ni desaparecido; convive con mis nuevas preocupaciones. Y como en internet ya sobran las opiniones rotundas, me parecía más interesante exponeros este debate interno mío tal y como lo estoy sufriendo.

 

Aquí me despido. Espero que hasta mi próxima carta, visitéis lugares interesantes, ya sean reales o ficticios, y que en todos ellos aprendáis algo nuevo

 

Un recuerdo de un lugar en el que no he estado.

 

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📸 CRÉDITOS

1. Fotograma de Cardcaptor Sakura

2. Catálogo de Neiman Marcus, 1983

3. Fotomontaje de Yana Potter

4. Fotograma de Anne of the Thousand Days

5. GIF de VHS Positive