Queridas personas: No sé a vosotros, pero a mí el inicio de la Tercera Guerra Mundial no me ha pillado en el mejor momento. Intento mantener una actitud racional: leo artículos que me den perspectiva y trato de entender el conflicto en la medida que puedo.

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Queridas personas:

 

No sé a vosotros, pero a mí el inicio de la Tercera Guerra Mundial no me ha pillado en el mejor momento. Intento mantener una actitud racional: leo artículos que me den perspectiva y trato de entender el conflicto en la medida que puedo. Otra parte de mí, sin embargo, se tiene que ir dos minutos a llorar, tirada en la cama, cuando ve los vídeos de lo que está pasando a pie de calle. A estos momentos de intenso dolor le siguen otros de nihilismo extremo: ¿qué sentido tiene nada? El sistema está mal planteado desde los cimientos. El concepto de justicia es una broma de mal gusto que nos gastamos a nosotros mismos. La humanidad en su conjunto es como la orquesta del Titanic, con la diferencia de que nosotros desafinamos horriblemente mientras nos hundimos.

 

En uno de estos momentos de crisis existencial me dije: no puedo escribir la carta del sábado. Cualquier cosa que escriba, ya toque el tema o lo ignore, es ridícula e irrelevante. Pero después me di cuenta de que esa resignación es uno de los elementos indispensables para que las cosas nunca mejoren.

 

La inmensa mayoría de las guerras, las que surgen desde las élites y no contra las élites, están pensadas para enriquecer y aumentar el poder de unos pocos. Pero jamás se llevarían a cabo sin el convencimiento y la resignación de cientos de miles. Desde el fanatismo de las guerras santas hasta los nacionalismos dementes de la Segunda Guerra Mundial: millones de personas han luchado y muerto por ideas que ni siquiera eran suyas. Así que creo que el deber de cualquier persona antibelicista es contrarrestar esa manipulación, aunque sea en la escala de lo cotidiano. Es nuestro deber recordar a los que tenemos cerca que la épica del conflicto es una mentira, y que el único propósito noble de la existencia, si es que hay alguno, es reducir el sufrimiento a nuestro alrededor, no aumentarlo.

 

El mundo está lleno de maravillas y tenemos un tiempo limitado para disfrutarlas. Si hubiera que luchar por algo, debería ser por el derecho de todas las personas a disponer de ese tiempo. Como parte de mi activismo de andar por casa, voy a hacer terapia con vosotros hoy. Abriré mi caja de tesoros y os mostraré diez cosas que os recuerden por qué merece la pena estar aquí.

1) Empecemos con la música. Esta canción me suena a primavera y me parece pura belleza.

2) La cueva más profunda conocida hasta la fecha (2.212m) se llama Veryovkina y tiene un lago en su fondo. No es que me apetezca visitarlo pero me entusiasma saber de su existencia.

3) Los antiguos griegos usaban la palabra Anagnórisis (reconocimiento) para definir el momento clave en una historia, en el que el protagonista es por fin consciente de la verdad y ve con claridad su destino.

4) Esta foto de Edward Steinchen.

No, perdón, esta:

5) Los tampones, así como invento, son dignos de esta lista. Pero aún más cuando sabes que las antiguas romanas ya los usaban, empapados en opio.

6) Este reloj de bolsillo del siglo XVII tallado en una sola esmeralda colombiana, que pasó más de trescientos años escondido en un ático. Un objeto maldito, qué duda cabe.

7) La descripción que hizo Clarice Lispector de la dama de noche en De Natura Florum (traducido por Alejandro G. Schnet):

«Tiene perfume de luna llena. Es fantasmagórica y un poco asustadora: solo sale de noche, con su aroma embriagador, misterioso, silente. Es de las esquinas solas y en tinieblas, de los jardines de casas con luces apagadas y ventanas cerradas. Es peligrosa».

8) Los fenómenos ópticos en el cielo como los pahrelios, las auroras boreales o los rompimientos de gloria. Típicas cosas que estaría bien poder ver antes de morirnos.

9) El concepto de sanidad y educación públicas. Y el hecho de que en muchas ciudades haya días o franjas horarias en los que la entrada a los museos es gratuita y cualquier persona puede pasar un rato viendo obras de arte.

10) El poema Gracia de Carmen Conde:

Van a cantar las aves. Lo siento en mis costados.
Porque me tiemblan alas que nunca vi crecer.
Y súbitos los árboles sacuden sus mensajes
para que yo los coja y lleve por el viento.

Van a brotar más fuertes. Escucho que la tierra
desliza por mis plantas sus tibias humedades;
y un arroyo no nace si una mujer no quiere
que le ciña las piernas con su lienzo delgado.

Sé que vienen jardines. Sé que brincan corceles.
Aprender todo eso me ha costado la vida.
Y os la dejo en el mármol, por si alguno la hallara
y quisiera saber cómo se olvida tanto.

 

Si esta carta os ha mejorado el humor, aunque sea un poco, me consideraré satisfecha. Hasta dentro de dos sábados.

 

Ánimo.

 

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