El verano es una época complicada para las cabezas.

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"Woman seated at window. Harlem, New York City, 1953" de Roy DeCavara

El verano es una época complicada para las cabezas. La temperatura sube progresivamente y se cuecen a fuego lento la inseguridad por mostrar el cuerpo, la comparación inevitable de nuestras vacaciones con las de otros y, sobre todo, el imperativo social de ser feliz. Es sin duda la mejor época para enamorarse alegremente de la vida, pero si por cualquier circunstancia, nos sentimos tristes, no habrá lugar donde colocar esa tristeza que tan fácilmente encontraría su sitio entre unos días grises de invierno. Por el contrario, bajo el sol del verano, resulta inconveniente, ridícula, doblemente penosa.


El caso es que si la tristeza no es demasiado hiriente y no oponemos resistencia a ella, es posible que logremos destilarla en melancolía y no hay melancolía más deliciosa que la que puede fabricarse en verano, bajo la luz dura de la tarde, con el zumbido indiferente de los insectos y una puesta de sol flamígera. 


Es curioso que, pasados los años, recuerde a veces con más cariño mis veranos tristes que otros en los que fui feliz. No es que eche de menos el sufrimiento en absoluto, pero siento ternura por mi yo del pasado. Aquella que se dijo «todo esto pasará» y fue capaz de cristalizar ese intenso sentimiento de pena en un ámbar de nostalgia que hoy acaricio con los dedos tramposos de la memoria.


Quizá por eso no estoy sufriendo tanto este verano de trabajo y agobio atrapada en la ciudad. Sé que me recordaré a mí misma con nostalgia en el futuro, igual que hoy recuerdo otros años en los que, a pesar de estar mucho más triste, supe encontrar momentos de belleza entre tanto dolor.


Es un sentimiento complejo más literario que instagrameable, pero bastante común después de todo. Porque los acontecimientos de la vida no siempre se ordenan para obedecer al calendario. Tampoco apetece hablar de ello en el momento, sino solo cuando la distancia nos protege: todo el mundo ha tenido veranos tristes, pero no todos se recuerdan con pena.

 

πŸ’™ La canción

 

Me alegro de no haber escuchado a Tamino de adolescente porque jamás lo hubiera superado. A mi edad me cuesta. Es mi fabricante de melancolía favorito y este tema fue la banda sonora de mis momentos más azules del verano pasado, dando paseos entre canales y edificios de espejo. A veces hago el esfuerzo de no escucharlo durante temporadas para que el efecto nunca se gaste.

 

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πŸ”₯ El apocalipsis

 

Hace mucho que soy lectora asidua de cómics, pero hay momentos en los que no sabría leer otra cosa. La otra noche, esta novela gráfica, que fue un regalo, me dio todo lo que necesitaba: una historia de terror apocalíptica con un final que encaja todas las piezas satisfactoriamente (no suele ser lo habitual en este género). Para mí, una lectura reconfortante capaz de arreglarme un día complicado. 

 

πŸ’ƒ El consejo

 

Todos los veranos de mi historia reciente los he pasado trabajando. Por eso recuerdo con especial cariño los que han estado salpicados de fiestas en los barrios de Madrid o en los pueblos donde he me escapado el fin de semana. Las fiestas populares son el alma del verano español y mi recomendación es que os entreguéis a ellas ya sea con ganas o resignada tolerancia. Esta semana en nuestra comunidad de Telegram crearemos un mapa con las fiestas preferidas de los miembros del club. Si todavía no os habéis unido, aquí abajo tenéis el enlace.

 

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πŸ¦— La peli

 

Los pequeños amores es una película preciosa, pequeña en el mejor sentido, que te transporta al calor del verano en España (muy recomendable para expats nostálgicos), con una dosis de ternura enorme que me hizo llorar en el cine. Me la apunté para recomendarla en estas cartas y la tenéis ahora mismo en Filmin.

 

🚫 La desrecomendación

 

Decidme si no es verdad: seguís a mucha gente en Instagram y Twitter por la única razón de que lleváis años haciéndolo. No hay relación entre vosotros, ya no os gusta especialmente lo que comparten, no os caen demasiado bien ni aportan nada en absoluto a vuestras vidas. Pero tampoco os perturban tanto como para que os hayáis tomado la molestia consciente de pulsar el botón de silenciar o dejar de seguir. Bueno, pues os desrecomiendo seguir a nadie solo por antigüedad y os animo a hacer limpieza. Yo tengo incluso un recordatorio periódico para obligarme a ello cada cierto tiempo. No sois conscientes de la cantidad de RAM mental que os están quitando esas personas que ni siquiera saben que existís. 

 

Mood de la semana:

 

Me despido por hoy. Esta semana, si os surge ser felices, disfrutadlo, y si no, ya sabéis, fabricad melancolía.

P.D.:

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