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Queridas personas:

Hace dos semanas tuvo lugar un gran evento en El Cairo, que se retransmitió en directo por YouTube. Se trataba del traslado de las momias de los faraones desde el antiguo museo al nuevo. Una ocasión que el gobierno egipcio decidió celebrar con la fastuosidad de una gala de apertura de los Juegos Olímpicos. Y no estoy exagerando.

Escribí un hilo en Twitter analizando mis momentos preferidos (me hace una ilusión tremenda que lo retuiteasen muchas personas egipcias), pero no llegué a contar por qué me impactó tanto y por qué a día de hoy no puedo dejar de pensar en ello.

Creo que fue una celebración del pasado extraordinaria, llena de elementos que podrían haber resultado carnavalescos si se hubieran utilizado con desconocimiento o de una manera frívola. Y creo que fue el ejemplo perfecto de cómo símbolos de antiguas civilizaciones pueden seguir teniendo vigencia en el presente si se los integra en una visión contemporánea del mundo.

Hace solo un siglo que la prensa seguía los descubrimientos de ciudades milenarias como si fueran exploraciones en Marte. ¿En qué momento perdimos esa curiosidad? Quizá ahora parezca que todo está descubierto, pero no es así en absoluto. Y no me entendáis mal, no creo que el interés por la arqueología sea más «elevado» que el interés por una liga deportiva o una serie de ficción. En primer lugar, todos esos intereses son compatibles y en segundo lugar, la única razón por la que creo que la arqueología merece más relevancia de la que tiene es simplemente porque resulta útil.

Cuando te interesas por la historia descubres que algunas de tus experiencias, algunas de las cosas que has sentido a lo largo de tu vida son comunes a las que vivieron personas hace miles de años. Y también que hay elementos con los que convivimos que parecen inamovibles, inherentes a la condición humana, pero que en realidad son circunstanciales, un simple producto de nuestro tiempo. Conocer la historia te aporta perspectiva y sobre todo capacidad de entender.

Mi carta de hoy es un intento de prender en vosotros esa chispa de entusiasmo por la historia que se reavivó en mí hace dos semanas. Ya me diréis si lo consigo.

 

Canciones para viajar en el tiempo

Hace 357 años, una mujer extraordinaria que sufría por amor, se sentó a componer un tema en italiano que decía lo siguiente: ¿Qué se puede hacer si las estrellas rebeldes no tienen piedad? ¿Qué se puede decir si el cielo no da un soplo de paz a mi sufrimiento ¿Qué se puede hacer? Su canción es una flecha que atraviesa cuatro siglos y la intensidad de su dolor llega intacta. Es tan bonita que hace daño.

 
Ojalá visitar los otros años veinte.
 

Cosas que te rompen la cabeza

Saber que las esculturas y los templos griegos estaban pintados de colores tan vivos como los del paisaje que los rodeaba ya resulta sorprendente. Pero no es lo más chocante de la relación de los antiguos griegos con el color. Como sabréis, los ojos de la mayoría de personas funcionan de la misma forma y podemos percibir el mismo rango de longitudes de onda de la luz que nuestro cerebro traduce en colores. Pero lo que llamamos «colores» no son más que conceptos, ideas compartidas cuyos límites no son matemáticos, por lo que para algunas personas algo es «verde», para otros «azul» y para otros «turquesa», aunque todas vean lo mismo. Pues bien, para los antiguos griegos ni el cielo era azul ni el mar turquesa. Su manera de clasificar los colores tenía más que ver con el brillo y es la razón de que textos como los de Homero vuelvan locos a los traductores al utilizar la misma palabra para hablar del color de las ovejas, del vino o del mar. Es un tema que se presta a titulares muy sensacionalistas como «los antiguos griegos no veían el azul» y afirmaciones que no son del todo ciertas. Creo que este traductor enfurecido da una explicación convincente. Si la mayoría de objetos que nos rodean tuvieran un acabado natural y no artificial (pensad en madera, piedras y metales), ¿no tendría más sentido clasificar los colores así?

 

Un impacto profundo

Los secretos de la tumba de Saqqara es el primer documental que he visto sobre el Antiguo Egipto en el que todas las personas que salen hablando son egipcias. También es el primero en el que la persona que de verdad excava, no la que llega corriendo cuando los excavadores encuentran algo, cuenta qué se siente al estar en esos túneles estrechos durante horas, pensando que cada palada puede ser la que descubra un objeto milenario. No recuerdo tampoco que nunca una mujer colocando huesos con delicadeza sobre el suelo me haya hecho llorar de emoción. Es un documental diferente sobre descubrimientos extraordinarios que solo fueron el comienzo de hallazgos más recientes y más importantes. Y no entiendo por qué no se ha comentado más, por qué seguimos una agenda mediática de polémicas vacías y no encontramos un rato para fijar la mirada en Saqqara y Luxor.

 
Ojalá saber si los muebles de mármol eran cómodos.
 

Un impacto profundo

Después de Egipto, el lugar donde más he notado esa sensación de vértigo al imaginar el pasado es Sicilia (perdóname, China, es culpa de mi sesgo occidental). Las visitas a los templos de Agrigento, Selinunte y Segesta las recuerdo como un sueño y sin embargo, las columnas que se grabaron en mi memoria son las de la catedral de Siracusa porque pertenecen a un antiguo templo de Atenea que se usó como base para su construcción y que son aún visibles. Imaginaos estar en un lugar de culto y pensar que en el mismo sitio, sobre el mismo suelo, otras personas adoraron a otros dioses. Ya sabemos que muchos templos cristianos se construyeron sobre otros más antiguos, pero es la realidad palpable de esas columnas la que consiguió hacerme consciente de ello. Por eso es tan importante desenterrar el pasado.

 
Ojalá verla con nariz.
 

Apps que están de nuestra parte

Entiendo que mucha gente odiara estudiar latín en el instituto. Aprender las declinaciones de memoria no era lo más divertido del mundo. Sin embargo, la mayoría de las clases y los deberes consistían en traducir un texto con un diccionario, cosa que para mí estaba a medio camino entre descifrar un enigma y completar un crucigrama. Me encantaba. Hace unos meses volví a reencontrarme con el latín en un curso de Duolingo (de momento está solo en inglés, pero es un nivel básico). ¿Por qué estudiar una lengua muerta? En primer lugar, porque es bellísima. En segundo lugar, porque a mi cerebro le sienta bien ese ejercicio. Y en tercer lugar, porque aparecen frases como Dei hostes eorum interficiunt (Los dioses matan a sus enemigos) o Senes ebrii in templo saltant (Los ancianos borrachos bailan en el templo).

 

Si esta carta ha conseguido su objetivo y en este momento tenéis un poco más de curiosidad por el pasado que antes de leerla, por favor, reenviadla o compartidla usando este enlace o como queráis. Contagiad vuestro entusiasmo. Quién sabe lo que aún nos queda por descubrir.

 

Ojalá entender todo lo que querían decir.

 

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👋 Y si crees que es momento de marcharte, date de baja.

 

📸  CRÉDITOS

1. Página del tomo I de LivreRecueil d'Emblêmes ou tableau des sciences et des vertus morales, 1685
2. Foto de Adolph de Meyer
3. The Favourite Poet de Lawrence Alma-Tadema

4. Le Sphinx Armachis, Caire de Henri Béchard, 1880
5. Fragmento de una ilustración de Jacob Bohme, 1675