Hace exactamente 461 días comencé a escribir un diario. Al trabajar en casa, tenía la sensación de que las semanas, muy parecidas entre sí, se me escapaban de la memoria y por tanto desaparecían, como si todo ese tiempo no hubiera vivido.

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Ana Teresa Barboza

Queridas personas:

Hace exactamente 461 días comencé a escribir un diario. Al trabajar en casa, tenía la sensación de que las semanas, muy parecidas entre sí, se me escapaban de la memoria y por tanto desaparecían, como si todo ese tiempo no hubiera vivido. El diario me curó esa ansiedad. Y no solo eso, me salvó de la equivocación vital más grave en la que se puede caer. Pensar que para existir hay que producir. Ahora, cuando tengo una de esas épocas en las que creo que no he hecho nada, que he perdido el tiempo, voy a mi diario y compruebo que día tras día he estado ahí y que incluso he sido feliz. He vivido.

Tan convencida estoy de las bondades de apuntarlo todo, que he empezado varias listas como Cosas que me hacen reír o Cosas que quiero recordar siempre. Esta última no la he releído hasta hace poco, para no adulterar la memoria de esos instantes y que el propio relato que he hecho de ellos los sobreescriba, como cuando tus padres te contaban muchas veces algo que te había pasado en la infancia y ya no sabías si tus recuerdos eran auténticos o una reconstrucción de los suyos.

El día que decidí revisar la lista me sorprendieron varias cosas. En primer lugar, de las 59 referencias que había considerado dignas de añadir, no había ningún momento relacionado con hitos profesionales, ni siquiera con haber publicado un libro este año o el resto de logros de los que me siento orgullosa. De hecho, solo una minoría tenían que ver conmigo y solo de manera indirecta porque eran momentos compartidos con las personas que quiero. La mayoría consistían, precisamente, en no ser yo.

Son instantes en los que no quepo apenas en mí porque estoy llena de playa, de bosque, de tormenta. Me he olvidado por completo de quién soy y siento que existo sin nombre, sin historia, sin nada más que la física extraordinaria de mi cuerpo palpitante que camina, mira y respira el mundo alrededor. Al salir del agua del mar, por ejemplo, la luz del sol brillando sobre la superficie líquida, cristalina, las espirales de espuma y el peso de mi carne mojada, como la de cualquier otro animal, dejando huellas perfectas sobre la arena.

Son momentos de una pureza cruda, desbordante, que apenas pueden describir mis palabras torpes. Porque se rompen en cuanto los pienso. No puedo tampoco alargarlos. Esa alegría embriagadora de existir sin más se esfuma en seguida. A los pocos minutos vuelvo a enredarme en la maraña de ideas, recuerdos, miedos, expectativas... Todas las voces de fuera y de dentro.

Seguro que habéis oído hablar de que, en los últimos años, los neurólogos están estudiando los beneficios de este «no ser» momentáneo. Se ha vuelto a experimentar con la psilocibina y otros psicoactivos que en condiciones controladas pueden ayudar a personas con enfermedades como la depresión crónica. Se supone que el efecto de estas sustancias sobre el cerebro es reducir la actividad de la Red Neuronal por Defecto, la que funciona cuando estamos abstraídos. En otras palabras, nos libra momentáneamente de la carga de ser nosotros. El ego se diluye y los pacientes tienen la sensación de formar parte de algo más grande. En realidad, la interpretación mística que posteriormente se da a estas experiencias es eso: una interpretación.

Cualquiera diría que somos neuróticos por naturaleza. Si habéis p;practicado la meditación sabéis lo difícil que es dejar de pensar, destruir por unos minutos nuestro concepto de «realidad» y sustituirlo por el presente físico, inmediato. Lo que de verdad tenemos alrededor.

En ocasiones, no puedo evitar pensar que la consciencia es una de esas rarezas fallidas de la evolución. Una funcionalidad fortuita que acaba muriendo de éxito. Pero luego me doy cuenta de que, si no fuéramos seres capaces de conceptualizar la realidad, no podría intentar describir con palabras la belleza de esos momentos que tengo apuntados en mi lista, no podría recordarlos y atesorarlos como pequeñas piedras preciosas. Y, sobre todo, no podría compartirlos. La única felicidad comparable a la de esos instantes es esta. Ser capaz de escribir una carta a miles de personas para preguntaros: ¿no los pasa también? ¿No os abruma a veces lo raro y extraordinario que es vivir?

 

Ya está, por fin he vuelto. Recibiréis mis cartas cada dos sábados. ¿Me perdonaréis por dejaros tanto tiempo solos? ¿Y por no poder contestar a vuestros mensajes? Espero que sí. A los que no sepáis por qué estáis recibiendo esto, os aclaro: en algún momento de vuestra vida os disteis de alta en mi newsletter OLA o Flecha. Pero si no queréis recibir más cartas mías, podéis daros de baja tan solo pulsando este enlace.

 

🎧 Una canción para imaginar que eres una diosa antigua que no puede atender a los rezos de los humanos porque está ocupada con sus asuntos divinos.

 

Un tesoro

Todas las cartas de esta temporada incluirán un tesoro antiguo, como el cromo de una bolsa de gusanitos. El de hoy es un ojo hecho de mármol, obsidiana, cristal y cobre que una persona de la Antigua Grecia colocó hace unos 2500 años en una estatua.

 

Unas palabras mágicas

De Lo raro es vivir de Carmen Martín Gaite, una novela ridículamente bien escrita:

«A mí no me extraña. Es que todo es muy raro, en cuanto te fijas un poco. Lo raro es vivir. Que estemos aquí sentados, que hablemos y se nos oiga, poner una frase detrás de otra sin mirar ningún libro, que no nos duela nada, que lo que bebemos entre por el camino que es y sepa cuándo tiene que torcer, que nos alimente el aire y a otros ya no, que según el antojo de las vísceras nos den ganas de hacer una cosa o la contraria y que de esas ganas dependa a lo mejor el destino, es mucho a la vez, tú, no se abarca, y lo más raro es que lo encontramos normal». 

 

Un consejo

En otro tiempo de mi vida, me habría sentido ligeramente avergonzada por ponerme tan existencial. Ahora no solo no me disculpo sino que considero este tono mi única línea editorial posible. No pensar en qué significa para nosotros vivir, no hablar de ello a menudo con nuestros amigos como si fuera lo más natural del mundo es el origen de todos nuestros males. No os disculpéis nunca por vuestra «intensidad» que, por cierto, no es incompatible con el sentido del humor. El cinismo está muy bien. Es divertido y te hace sentir superior. Pero se te come el alma.

 

Tres dosis extras

➵ He estado publicando algunas columnas en Instagram. Este texto se compartió bastante y muchas personas me siguieron ese día. Si alguna de ellas ha llegado hasta aquí, bienvenida al club de los fletchers. 👋

➵ Este otro texto también gustó mucho y me hizo ilusión porque es algo de lo que no se habla tanto y me parece importante difundir.

➵ Un día, mientras me duchaba, no podía dejar de pensar en Mary Poppins (🤷‍♀️) y antesdeayer publiqué un hilo sobre ella que, para mi sorpresa, ha sido recibido con fervor. Twitter nunca dejará de sorprenderme.

 

Hasta dentro de dos sábados, bellas personas. Sed felices y apuntadlo.

 

Yo todo este tiempo trabajando para el capitalismo y sin tener ni un minuto para escribiros.

 

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