Queridas personas:
Hace unos trescientos años en Inglaterra, muchos aficionados a la pintura y al paisajismo salían a pasear por el campo en posesión de cierto objeto que me tiene obsesionada. Se trataba de un pequeño espejo de mano, redondo o cuadrado, ligeramente convexo y con la superficie oscurecida. Lo llamaban black mirror («espejo negro») o Claude glass («espejo de Claude», en referencia al pintor de paisajes Claude Lorrain) y tenía la sencilla y extraordinaria finalidad de atrapar una porción del paisaje reflejado, acotarlo dentro su marco y, gracias a su tinte oscuro, atenuar el detalle y la gama de colores para que la imagen se asemejara más a una pintura que a la realidad.
Su uso se popularizó en el siglo XVIII y fue motivo de jocosas críticas, puesto que el portador del espejo debía paradójicamente colocarse de espaldas al paisaje que deseaba ver. Quizá era un poco ridículo, pero considero injustas las burlas ya que ni siquiera tenía las implicaciones de narcisismo asociadas a nuestros selfies actuales. La similitud con los espejitos negros que llevamos hoy en día en el bolsillo, a través de los cuales contemplamos la realidad o la embellecemos con filtros es tan obvia que supongo que a los creadores de la serie Black Mirror no les pasó por alto. O quizá ellos solo hacían alusión a las pantallas y ni siquiera sabían de la existencia de este invento anterior del mismo nombre, porque hay ciertas ideas que se repiten una y otra vez a lo largo de los siglos como si los humanos estuviéramos abocados a ellas.
Lo que me interesa de estos espejos negros no es el paralelismo con las fotos y los filtros de Instagram porque sus usuarios no tenían la intención de compartir lo que veían. No querían proyectar para otros una imagen embellecida de sí mismos y de su entorno. Sacaban a pasear estos objetos a veces en soledad, con el simple fin de observar una versión reducida y mejorada del mundo a su alrededor.
Últimamente empatizo mucho con esta necesidad de hacer manejable mi mundo, acotarlo y dejar fuera el ruido que confundimos con la realidad. Cambiar el ángulo del espejo y enfocar lo que me importa, atenuar las estridencias sin perder los matices vitales y encontrar la armonía en medio del caos. En solo unos siglos hemos cambiado los espejos negros originales por otros capaces de conseguir el efecto contrario, pero sigue estando en nuestra mano usarlos para su propósito original.
|