Queridas personas:
¿Os da miedo la oscuridad? ¿Os atrae? ¿Las dos cosas?
A mí la oscuridad me asusta cuando me reconozco en ella. Es normal, supongo. Todo el mundo tiene abismos en su interior y la pulsión intermintente de dejarse caer.
Para los que vivimos en el hemisferio norte, esas sombras internas encuentran su reflejo estos meses, los más oscuros del año. La celebración de la Navidad nos sirve para ignorar este fenómeno, pero en realidad combatimos la oscuridad de estas fechas con los mismos métodos paganos que ya se usaban antes: llenamos las calles de luces y nos reunimos para comer, beber y recordarnos que es una suerte estar vivos.
El problema es que para muchas personas la Navidad es una época complicada. ¿Recordáis lo que os conté sobre ser de una manera u otra según nuestro contexto? La Navidad implica el reencuentro con lugares y personas que guardan una versión anterior de nosotros. Una versión que quizá nos resulta incómoda porque ya no encajamos en ella. Y aprovechando el conflicto emocional, la oscuridad encuentra rendijas por las que colarse.
Por supuesto, tenemos la física, las matemáticas y modelos astronómicos que nos lo explican todo con ejes de rotación y ángulos. Sabemos que el solsticio de invierno es un punto de inflexión, no una fecha mágica.
Pero por muy racionales que nos creamos, hay una gran parte de nuestro cerebro sobre la que no tenemos ningún control y esa parte, nos guste o no, se alimenta de metáforas y símbolos.
Últimamente pienso mucho en los símbolos. Creo que las grandes religiones proponen dogmas tan literales, tan acientíficos e improbables que no dejan de perder adeptos. Y al alejarnos de ellas, nos alejamos también de las que fueron en su día las mejores fábricas de símbolos.
Nos quedan las artes, la literatura, el cine, la música (que después de todo, son industrias) y los peores y más pobres símbolos que han existido en la historia: los de la publicidad. Quizá vistosos en su forma, pero pésimos en contenido. Poned la tele, si no, y tomad como ejemplo cualquier anuncio de perfume.
Un propósito de mis flechas es rescatar para vosotros algunos de esos viejos y poderosos símbolos. No hace falta analizarlos, creer en ellos o tener una opinión al respecto. Los símbolos simplemente se leen, se contemplan y, una vez consumidos, se quedan ahí, en alguna región del cerebro, haciendo su efecto. Ya me diréis cómo os sientan.
Esta semana en concreto, quiero que esta sea una flecha de fuego. Quiero que encienda al menos una chispa. Quiero que os haga pensar y avive vuestro mundo interior. Porque me gustaría que en estas noches oscuras brillarais. Al fin y al cabo, todos guardamos dentro emociones que, de tan puras, resplandecen.
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