Lo he pasado mal, pero ya estoy aquí.

7 de diciembre, 2024

de Carmen Pacheco

Detalle de Night and Her Daughter Sleep de Mary L. Macomber, 1902

Queridas personas:

Llevo meses sin escribir estas cartas por diversos motivos. El que más me he repetido a mí misma es que estoy demasiado ocupada. El que más me ha costado reconocer es que no encontraba palabras dentro de mí. Desde verano, no he sido capaz de verbalizar nada que sirva, nada que sea útil o tenga sentido. Cuando estoy mal, me aseguro de seguir hablando para que no se note demasiado. Corro a rellenar los silencios, pero por dentro pierdo la voz. La tristeza es como un ruido interno, gris, constante, que se lo traga todo

El punto álgido de mi malestar mental llegó un día en un avión de vuelta a casa. Debería haberme sentido bien porque acababa de terminar un trabajo que me había estresado durante varios meses, pero no acertaba a encontrar el alivio por ninguna parte. Tenía la mente rota, enredada en una espiral de negatividad absoluta. Me topé con la sensación, que no había sufrido desde hacía muchos años, de sentirme atrapada en mi propia cabeza. En ese momento de agobio extremo, prisionera también en el avión y sin conexión para ahogar el ruido de mi angustia con el de la angustia de otros, hice una cosa que es tan ridícula y al mismo tiempo tan propia de mí, que me río con solo recordarla.

Abrí una nueva nota en el móvil (esa explosión de blanco en la pantalla siempre me produce cierta paz) y me dispuse a escribir dos listas: «Cosas en las que pensar» y «Cosas en las que no pensar». Una terapia psicológica de un nivel de sofisticación similar al de «¿Estás triste? No estés triste. Sonríe». Lo sé. Y sin embargo tuvo su efecto. Fijé la lista en un widget del móvil para tenerla siempre a mano. No impidió, por supuesto, que siguiera dándole vueltas a todas las cosas que me atormentaban, pero en ciertos momentos era capaz de pausar mi deriva y recordar que ese pensamiento caía en la categoría de «discusiones imaginarias», «especulaciones de catástrofes», «la incompetencia de otros», «cosas que debería haber empezado a hacer antes» o «conflictos geopolíticos sobre los que no tengo el más mínimo control» por poner algunos ejemplos reales de mi lista. Esta reflexión me permitía dar el pensamiento por inútil y sustituirlo por algún tema de mi otra lista. En meditación hay un ejercicio que consiste en «etiquetar» los pensamientos que pasan por tu cabeza. Supongo que mi sistema, aunque suene peregrino, no iba tan desencaminado.

No cuento todo esto porque crea que se puede salir de un bache grave escribiendo dos listas en el móvil. Recuperar el equilibrio emocional necesita unos tiempos, unas condiciones externas favorables y el privilegio que es hoy en día tener un trabajo que no te machaque. Han pasado tres meses hasta que he conseguido encontrarme en paz dentro de mi cabeza y por fin recuperar la voz. Sin embargo, a día de hoy mi lista buena me sigue resultando tan útil que no quería dejar de hablar de ella. En cierta manera, sintetiza el espíritu de estas cartas. 

Uno de los primeros pasos para hundirte en una depresión es olvidar que en el mundo existen un montón de cosas que te gustan, hasta que has caído tan abajo que cuando alguien te las recuerda ya no te hacen sentir nada. Yo quería evitar por todos los medios ese abismo, así que me aferré a mi lista con uñas y dientes, repasando a menudo la enumeración barroca de las cosas que me hacen feliz. Es una mezcla incoherente de generalidades, categorías concretísimas, tontadas, cuerpos teóricos y nombres de persona. Pero leerla del tirón es como recitar un conjuro. Me mantiene a flote. Me llena de luz. 

Me gusta pensar que mi lista no se parece a la de nadie, porque cada uno de vosotros tiene una distinta, aunque no os hayáis parado nunca a escribirla. Me gusta pensar además que esas listas cambian, pierden y ganan elementos según discurren nuestras vidas, pero nos acompañan siempre. Ojalá vuestra lista os resulte obvia. Ojalá la tengáis presente a menudo. Pero si en algún momento os sentís caer, acordaos de ella. Dedicadle un rato. Muchas de las cosas que os hacen felices siguen estando ahí.

 

🎧 Todos los momentos luminosos que he tenido durante la negrura de estos meses los he guardado en esta canción

Spotify / ❥ YouTube

 

Una selección

Cuando estoy mal me cuesta mucho leer, pero sí puedo comprarme libros o sacarlos de la biblioteca, hojear ensayos y maravillarme simplemente con el hecho de que existan. De la Tate de Londres, me gustan casi más sus librerías que sus colecciones (no, pero ya me entendéis). Pasear por una de ellas fue un momento muy feliz de este verano y cuando volví a casa no paré hasta encontrar la forma de volver a hacerlo, aunque fuera a distancia. Más o menos la encontré. Y encima incluye una cita de Van Gogh que lo dice todo. Es que veo esas colecciones de libros y, aunque seguramente no me vaya a leer ninguno, me pongo superfeliz.

 

¿Has llegado por un enlace? Suscríbete

 

Un símbolo

Esto va a sonar entre ridículo y preocupante, pero no sé cómo hubiera sobrevivido a octubre sin encender velas. De verdad que no lo sé. Hice un pedido a The Singular Olivia como quien se compra tres cajas de Orfidal. Concretamente hubo una mañana en que mi estado de ánimo era tan precario que no veía forma de salir de la cama. Solo estar despierta era un dolor. Entonces, miré la vela que tenía en la mesilla y me dije: «si consigues extender el brazo y encender esa vela, esta situación de mierda será al menos un poco mejor». Y lo hice. Y lo fue. Ver una llama titilante, viva, que yo he encendido para mí misma, me hace sentir esperanza al instante. Mis preferidas de las que he probado son Bon Voyage, Darjeeling Darling y Ultreia. Aviso que estas dos últimas tiene un olor peculiar, no para todos los gustos, porque estoy en ese momento de mi viaje olfativo.

Una serie

Sección en colaboración con Netflix

El 11 de diciembre Netflix estrena la serie Cien años de soledad, primera adaptación a la pantalla del clásico por excelencia de Gabriel García Márquez. Y no sé vosotros, pero yo estoy nerviosa por volver a Macondo, un lugar que tengo marcado en el mapa de mi más temprana adolescencia. Fue mi primer contacto con el realismo mágico y con ese tipo de literatura que te cambia la vida. Muchos años después recuerdo exactamente la habitación en la que estaba aquella tarde remota en que leí la frase «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo». A mi tierna edad, no entendí ni la mitad de cosas que leí en la novela, pero todas y cada una se me quedaron dentro. Ver la serie está bien, pero es mucho mejor si has leído también el libro. Por eso, Netflix ha creado un club de lectura digital exclusivamente para comentar este clásico. Yo ya estoy dentro.

Una tradición

El otro día mi novio y yo llevamos a cabo el originalísimo plan de abrir una botella de vino, cenar algo de picar y colocar los adornos de Navidad mientras escuchábamos una lista de jazz vintage navideño. Es una tradición en esta casa que no por obvia, me hace menos feliz. Mi recomendación no es que hagáis lo mismo, sino que os quedéis con estas reflexiones:

  • Cualquier plan es susceptible de convertirse en una tradición si te apetece y te hace feliz. Lo importantes es etiquetarlo como tal para disfrutar también la anticipación de ponerle una fecha y verlo en el calendario. Sobre todo si tienes la agenda llena de planes que no has elegido.

  • Las actividades que los libros y las películas han romantizado no suelen funcionar igual en la realidad, ¡pero cuando salen bien son aún mejores! En esta carta siempre a favor de romantizar las estaciones y la vida en general. Si os da por cantar villancicos delante del árbol, bebiendo ponche, adelante.

  • Las tradiciones resultan aborrecibles cuando son impuestas. Ten cuidado de no imponérselas a otros y sobre todo, ¡no te las impongas a ti!

Y por supuesto que os voy a preguntar por vuestras tradiciones en el club de Flecha.

 

Un refugio

Os dije cual fue mi perfume del verano y casi se pasa el otoño sin haberos contado a qué huelo estos días (no todos, porque a veces me siento más primaveral o incluso veraniega y porque ya no concibo llevar a diario el mismo perfume). Con el ánimo tan oscuro, tenía necesidad de incienso. Pero incienso de iglesia. Y al final encontré el clásico 7 de Loewe, que se supone que es de hombre, pero lol. Era justo lo que buscaba porque además me recuerda también a la madera recién cortada. Me encanta. Mi hermana me dijo un día que al pasar y olerme le habían dado ganas de cantarme una saeta.

 

Me despido por hoy. Recordad que, una vez que empieza la temporada, Flecha se manda cada dos sábados (a no ser que yo avise de lo contrario en la carta anterior). Sé que alguna gente piensa que mando esta newsletter de manera intempestiva, pero no lo he hecho así nunca. La triste realidad es que tendréis cartas mías por ahí perdidas o en spam. Pondré una vela por ellas.

Y no os preocupéis por mi estado de ánimo. Fueron unos meses oscuros, pero ya pasaron. Ahora escucho bien mi voz y sigo teniendo mucho que decir.