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Clarice Lispector en una foto de sus archivos familiares
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Queridas personas:
Siempre que se me pierde algo en casa, pienso en Clarice Lispector, una de mis escritoras preferidas. Hace muchos años, leí un texto suyo donde contaba que apuntaba cosas en papeles y, cuando no los encontraba, se preguntaba a sí misma: «Si fuese yo y tuviese un papel importante para guardar, ¿qué lugar escogería?». El truco suele funcionar. Quizá no conservamos ningún recuerdo de haber dejado el objeto ahí, pero siguiendo la misma lógica personal que aplicaríamos en el presente, reconstruimos nuestros pasos. Cuando no funciona, sin embargo, es terrorífico: ¿Quién era yo cuando puse esto en ese sitio? ¿Quién era la persona que tomó una decisión que, aunque irrelevante, me resulta ajena?
El problema de usar estas tres palabras, «si fuese yo», es que te arrojan a un abismo existencial. A Clarice Lispector, el condicional le causaba una inquietud instantánea: ¿Quién sería ella si fuese ella? Le parecía que nuestras acciones tomarían una forma muy distinta si fuésemos nosotros mismos. Que experimentaríamos de lleno «el dolor del mundo» y también «un éxtasis de alegría pura».
No sé si Clarice Lispector, en su texto, se refería más a romper con las normas sociales que nos alienan o a experimentar la muerte del ego en un viaje de LSD y conectar con el universo. Puede que a las dos cosas, porque lo escribió a principios de los setenta.
Yo, como criatura de mi tiempo, me enfrento a esas tres palabras con un exceso de información. Sé que mi ciclo hormonal condiciona mi estado de ánimo, que hay millones de bacterias en mi intestino —formas de vida independientes— que afectan a mi sistema nervioso, que he borrado de la memoria meses enteros de mi vida y que apenas comparto células con la Carmen de hace diez años. Sé que, en definitiva, no soy más que un organismo complejo, con acceso parcial a una selección de recuerdos y una ilusión de identidad y de continuidad en el tiempo.
Desde luego, si estoy teniendo un buen día, no pienso todo esto; lo dejo correr. Pero si estoy preocupada o ansiosa, le doy espacio a la reflexión. Porque está bien asomarse a ese abismo de vez en cuando. Un día te mueres de repente o la vida da tres vueltas de campana, y ese relato vital que confundías con la realidad deja de tener sentido. No está mal recordar puntualmente que la identidad no es más que eso: una historia que nos contamos a nosotros mismos.
Está claro que no podemos dejar de ser quienes somos para el resto del mundo; nuestro propio nombre conlleva un montón de responsabilidades, con su buena ración de ventajas e inconvenientes, pero internamente somos libres de abrir estos paréntesis cuando queramos: desprendernos de toda la carga del pasado, de quien te han dicho que eres, de quien has acabado siendo para otros. Vivir durante unos instantes como un turista en tu propio cuerpo, disfrutando del presente sin más. ¿Qué harías si no fueses nadie, si no tuvieras que ser tú?
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π§ Necesito que me digáis si esta versión es genial o aberrante, porque no lo tengo nada claro. Lo que sí tengo que confesar es que la he escuchado ya mil veces.
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π§ 112 comentarios en la conversación sobre aplicaciones y recursos para crear un «segundo cerebro» donde almacenar toda la información importante y organizarnos la vida. Me ha encantado descubrir que no estoy sola en mi obsesión. Sala #122.
πΊ He sido muy feliz comentando en grupo la serie The Devil's Hour, que os recomendé, y viendo a tanta gente usar la función de ocultar spoilers de Telegram, que es una de las cosas más geniales de la app. Sala #123.
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β€ Una serie
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No me puedo creer que aún no hubiera recomendado en estas cartas La Ruta, una serie que se quedó a vivir en mi cabeza desde que la vi y que, no solo es un fiel reflejo de la movida valenciana, sino una exploración de la identidad, de quiénes creemos que somos y cómo nos cambia el tiempo.
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β€ Carmen del pasado
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A veces, cuando releo mis cartas antiguas me topo con algún párrafo que no recuerdo en absoluto y me entra un vértigo horrible: ¿quién era esta persona? Otras veces, me doy cuenta de que escribo en círculos, siempre atormentada por las mismas cuestiones. Mirad la segunda carta que os mandé hace un siglo.
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β€ Un tesoro
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Hace dos mil años alguien fue a una fiesta y quizá puso los ojos en blanco cuando vio la enésima copa de vino con mensaje, porque parece ser que estuvieron muy de moda en la época (¿eso lo saben los hombres que piensan a diario en el Imperio romano? Lo dudo). Quizá esa misma persona, en su segunda copa, se relajó un poco, dejó de lado su esnobismo y atendió realmente a la inscripción en griego antiguo de este precioso vaso azul que dice «Alégrate de estar aquí». ¿Puede haber un mensaje más apropiado, sencillo y profundo para un momento de celebración? Me gusta pensar que todas las personas que sostuvieron este vaso hace dos mil años se alegraron de estar ahí.
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β€ Palabras mágicas
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El texto de Clarice Lispector al que hago referencia está incluido en Aprendiendo a vivir, una recopilación de las columnas semanales que escribió en el Jornal do Brasil. Está editada por Siruela y traducida por Elena Losada. Es su libro más accesible y recomendable para cualquiera. Os dejo el texto entero aquí:
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Cuando no sé dónde he guardado un papel importante y la búsqueda resulta inútil, me preguntó: si yo fuese yo y tuviese un papel importante para guardar, ¿qué lugar escogería? A veces funciona. Pero otras veces me siento tan presionada por la frase «si yo fuese yo», que la búsqueda del papel pasa a ser algo secundario y me pongo a pensar. Mejor, a sentir.
Y no me siento bien. Inténtalo: si tú fueses tú, ¿cómo serías y qué harías? Al principio se siente una incomodidad: la mentira en la que nos acomodamos acaba de ser ligeramente sacudida allí donde se acomoda. Sin embargo he leído biografías de personas que de repente pasaban a ser ellas mismas y cambiaban completamente de vida. Creo que si yo fuese realmente yo, los amigos no me saludarían por la calle porque hasta mi cara habría cambiado. ¿Cómo? No lo sé.
La mitad de las cosas que haría si yo fuese yo, no puedo contarlas. Creo, por ejemplo, que por algún motivo acabaría en la cárcel. Y si yo fuese yo daría todo lo que es mío y confiaría el futuro al futuro.
«Si yo fuese yo» parece representar nuestro mayor peligro en la vida, parece la entrada nueva a lo desconocido. Sin embargo tengo la intuición de que, pasadas las primeras locuras de la fiesta que supondría, alcanzaríamos por fin la experiencia del mundo. Ya lo sé, experimentaríamos por fin de lleno el dolor del mundo. Y nuestro dolor, el que aprendemos a no sentir. Pero también seríamos a veces poseídos por un éxtasis de alegría pura y legítima que apenas puedo adivinar. No, creo que ya lo estoy adivinando de alguna manera porque me he sentido sonreír, y también he sentido una especie de pudor que se tiene ante lo que es demasiado grande.
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Me despido por hoy. Hasta mi próxima carta, descansad por un rato de ser vosotros.
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