Queridas personas:
El otro día en una publicación de Instagram escribí una lista de las cosas que me apetecía hacer este mes. No sorprenderá a nadie saber que han pasado dos semanas y solo he tachado dos casi por accidente. Lamentable. He hecho sin embargo un montón de cosas que no me apetecían en absoluto y que en su mayoría tienen que ver con trabajo. También algunas que eran supuestamente actividades ociosas o voluntarias, pero que en realidad solo obedecían al compromiso.
Por muy propicias que sean las circunstancias, una lleva su vida soñada en la cabeza y otra distinta en la realidad. Y para que ambas coincidan en una proporción tolerable hay que practicar casi la violencia con el calendario. Yo de momento sigo defendiendo con uñas y dientes mi hora sagrada cada mañana y es en muchas ocasiones lo mejor del día.
Pero en esta lucha constante contra el tiempo, lo que a veces nos rompe el corazón, es comprobar que no siempre soñamos bien. Que a veces tenemos en la cabeza la vida perfecta de una persona que en realidad no somos. Que cuando por fin alcanzamos esa meta mil veces imaginada no era como habíamos pensado.
Para ese tipo de decepción la única cura que se me ocurre es seguir soñando. Seguir imaginando otras vidas imposibles y escribiendo listas que nunca vamos a conseguir tachar. Seguir deseando ir a ese sitio, ponernos de una vez con eso, darnos ese capricho. Porque al final, lo más importante no es lo que hacemos fuera, sino la vida que llevamos dentro. Esa que nadie ve, pero lo trasforma todo.
|