Queridas personas:
Hace un mes os conté que empezaba mis mañanas leyendo sobre las estrellas y, sin proponérmelo realmente, en la última semana he acabado leyendo sobre las partículas elementales. Supongo que no es casualidad esta oscilación mía entre ambos extremos de la física, porque desde verano, excluyendo mi círculo de familiares y amigos, siento la necesidad de alejarme lo máximo posible de los asuntos humanos. La actualidad es en este momento una especie de relato de terror paródico sin ninguna gracia y para mantenerme al tanto de lo que sucede me basta con los titulares que no logro esquivar.
La misantropía que me provoca el estado actual de las cosas me conduce siempre al nihilismo o al hedonismo, dos actitudes que trabajo como nadie, pero que me acaban causando un vacío interior. Es por eso que lleno mis mañanas con estrellas y partículas y durante el resto del día intento mantener una perspectiva distante que me proteja.
No es que no haya intentado emocionarme con la llegada de la primavera, lo cual es un clásico anual de estas cartas, pero la amenaza constante de inundaciones, incendios y otras catástrofes naturales con evidente denominador común salpica de ansiedad cualquier paseo por el campo. Me sigue encantando la naturaleza, pero me pone triste pensar que es prácticamente un lujo poder disfrutarla tal y como la hemos conocido hasta ahora.
En esta tesitura tan apocalíptica y tan poco Flecha me encontraba el otro día, cuando me topé de nuevo en internet con una famosa cita de C.S. Lewis:
«To love at all is to be vulnerable. Love anything and your heart will be wrung and possibly broken. If you want to make sure of keeping it intact you must give it to no one, not even an animal. Wrap it carefully round with hobbies and little luxuries; avoid all entanglements. Lock it up safe in the casket or coffin of your selfishness. But in that casket, safe, dark, motionless, airless, it will change. It will not be broken; it will become unbreakable, impenetrable, irredeemable»
(«Amar, de cualquier manera, es ser vulnerable. Basta con que amemos algo para que nuestro corazón se retuerza y, posiblemente, se rompa. Si uno quiere estar seguro de mantenerlo intacto, no debe dar su corazón a nadie, ni siquiera a un animal. Hay que rodearlo cuidadosamente de pasatiempos y pequeños lujos; evitar todo compromiso; guardarlo a buen recaudo bajo llave en el cofre o en el ataúd de nuestro egoísmo. Pero en ese cofre —seguro, oscuro, inmóvil, sin aire— cambiará, no se romperá, se volverá irrompible, impenetrable, irredimible»).
No hay ni una vez, ni una, que esta cita no me funcione. Es un fragmento de Los cuatro amores, un libro donde C.S. Lewis habla también del amor a Dios, de San Agustín y de que ese corazón irrompible es prácticamente una entrada VIP al infierno. Temas que me interesan, pero no comparto. Sin embargo, esa cita en concreto es universal. Se puede aplicar al amor romántico, a los amigos o a las familias disfuncionales: sea cual sea tu pena, esas palabras te limpian la herida, la desinfectan y la dejan lista para sanar.
Tuve suerte de cruzarme el otro día con ellas y encontrarles en mi situación un nuevo caso de uso. Vinieron a decirme que por supuesto este mundo humano me va a romper el corazón mil veces. Es un mundo injusto, mal hecho y lleno de dolor. Pero es el mundo al que pertenezco y sigue habiendo personas buenas y motivos para ilusionarse. ¿De qué me sirve refugiarme en la física inerte de los quarks y las estrellas? Yo no tengo ningún miedo al infierno, pero tampoco querría soportar el peso de un corazón que no fuera vulnerable, que no supiera querer.
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