Últimamente le doy muchas vueltas a una cosa que me dijo un amigo. Yo estaba teniendo una de mis ensoñaciones apocalípticas y le pregunté si no le parecía que un cataclismo rápido e indoloro sería lo mejor que podría pasarle a nuestra especie. Como me conoce, no se tomó el comentario a broma.

Ver en navegador

Zarte Spannung  de Wassily Kandinsky

Últimamente le doy muchas vueltas a una cosa que me dijo un amigo. Yo estaba teniendo una de mis ensoñaciones apocalípticas y le pregunté si no le parecía que un cataclismo rápido e indoloro sería lo mejor que podría pasarle a nuestra especie. Como me conoce, no se tomó el comentario a broma. Me dijo que él también lo pensaba a veces, pero que la existencia de cosas como la música le hacía cambiar de opinión. Por tener un cerebro capaz de experimentar la música, merecía la pena todo el sufrimiento que implica vivir. Eso me recordó a una conversación río que tuve hace muchos años con mi novio. Se me ocurrió preguntarle qué cosas le hacían feliz y no dudó ni un segundo en decirme la primera: escuchar música en directo. ¿Comparto yo esta naturaleza melómana? No. En mi vida la música no juega un papel tan importante, pero entiendo a lo que se refieren porque muchas veces, la música, especialmente en vivo, me ha hecho llorar. Y no me refiero que me haya puesto triste o me haya traído algún recuerdo. Me refiero a cuando se te escapan las lágrimas como una reacción física a una sensación que te desborda por completo. La última vez fue en un concierto de Maria Arnal. Nunca había llegado a pasarme escuchando sus discos, pero su voz en directo me atravesó de una forma que, de haber estado conectada a unos sensores, seguro que se habría podido medir y cuantificar.

 

Es obvio por qué el cerebro humano es capaz de percibir cierta frecuencia de ondas sonoras. Supone una ventaja evolutiva a la hora de evitar peligros y además nos permitió comunicarnos y acabar desarrollando el lenguaje hablado. Lo que no está claro es el papel de la música. Los restos de flautas de hueso nos indican que lleva con nosotros al menos 40.000 años, pero probablemente se remonte mucho más atrás en el tiempo porque los antepasados que compartimos con los neandertales, hace un millón de años, ya tenían la capacidad física de cantar. La música, como el lenguaje, sirve para expresar emociones y comunicarlas, pero sobre todo sirve para crear un vínculo entre nosotros. Quizá fue un elemento importante para mantenernos unidos y hacernos fuertes sobreviviendo en comunidad. No existe un acuerdo en si la capacidad musical es innata, pero es un hecho que en todas las culturas humanas la música está presente.

 

Hoy en día tenemos una relación con la música de andar por casa. La escuchamos a nuestro antojo porque podemos reproducirla en cualquier momento. A veces también la sufrimos porque forma parte del lenguaje publicitario y propagandístico, y porque en sí misma es un producto que se compra, se vende y se promociona. Así es fácil olvidar que, en su origen y hasta hace no tanto, la música se consideraba sagrada. Su papel ha sido fundamental en los rituales de todas las culturas como supuesto medio para conectar con el plano divino. Por eso no dejo de darle vueltas a las palabras de mi amigo. Tiene sentido que entendamos la música como algo sagrado y la reverenciemos, si hasta para los ateos es un motivo por el que celebrar la vida.

 

Blum es el proyecto del que os hablé en mi última carta y me alegra poder decir que es ahora también uno de los diez podcasts españoles más escuchados en Apple Podcasts (¡al menos mientras escribo esto!). Es una historia de ficción, pero está repleta de datos reales. Cuando Manuel Bartual y yo la ideamos, pensamos en algo que pudiera gustar incluso a gente que nunca hubiera escuchado ficciones sonoras. La primera parte del capítulo 1 es, de hecho, una prolongación del texto con el que he comenzado esta carta, porque nuestra historia va de la música y cómo nos afecta. El podcast ha sido producido por la extraordinaria gente de El Extraordinario y protagonizado por un elenco de actores con los que ha sido un lujo trabajar. Gracias a Suiza Turismo, visitamos todos los lugares en los que transcurre la historia y encontramos para ella el escenario perfecto (¿os acordáis de mi visita a aquella abadía? ¡Fue muy importante en la trama!). En un aspecto más personal, este proyecto ha sido también mi refugio estos meses. Me ha dado la excusa para evadirme de la realidad y arrojarme por todo tipo de madrigueras sobre arte, música y personalidades excéntricas del siglo pasado. Está lleno de las mismas «maravillas» que acostumbro a traeros aquí y por eso estoy segura de que tiene todos los ingredientes para haceros disfrutar.

🎧 En Apple Podcasts
🎧 En Spotify

En la página de El Extraordinario encontraréis enlaces al resto de plataformas.

 

🎧 ¿Seré capaz de no recomendar una canción en una carta que precisamente va sobre música? Bueno, es que la banda sonora para este número debería ser la de Blum, compuesta por Paco Alcázar. Pero en su defecto, no merece menos que estas dos hechiceras vocales.

 

Un tesoro

A veces, cuando te documentas para una historia, encuentras en la realidad cosas demasiado fantasiosas para resultar creíbles. Como por ejemplo unos cuchillos italianos del siglo XVI grabados con notación musical. Nada más verlos, deseé muy fuerte que fueran armas, pero todo no puede ser en esta vida: se fabricaron para cortar alimentos y las palabras grabadas son una oración previa a la comida. Lo mejor es los historiadores los consideran un misterio, pero al menos podemos saber cómo «sonarían». Os recomiendo ver el vídeo del artículo.

 

Una revelación

John Meares fue un marino británico del siglo XVIII, comerciante de pieles de nutria en la costa de Vancouver, que estuvo a punto de provocar una guerra entre España, Estados Unidos y Gran Bretaña. Como es de imaginar, tampoco se llevaba bien con los nativos que, junto con las nutrias, eran los verdaderos habitantes de la región que explotaba. A pesar de que no es un personaje especialmente simpático, hace tiempo me topé con esta cita de su libro Voyages made in the years 1788 and 1789, from China to the north west coast of America, y no la he podido olvidar.

"In the morning of the 3oth of June, we had made no great progress from the land, as it was calm during the greater part of the night. The island of Tatootche bore nearly South East, distant only three leagues. About ten o'clock a great number of canoes came from the island, in which there could not be less than four hundred men, among whom we observed the chief himself. They amused themselves in paddling round the ship, every part of which, but particularly the head, they seemed to behold with extreme admiration: indeed, it is more than probable that the greatest part of them had never seen such a vessel before. We had been already so much displeased by the conduct of the chief, that we did not think proper to invite him on board. The party, however, gave us a song, which did not differ much from that we heard in King George's Sound. But offended as we might be with the people, we could not but be charmed by their music. Situated as we were, on a wild and unfrequented coast, in a distant corner of the globe, far removed from all those friends, connections, and circumstances which form the charm and comfort of life, and taking our course, as it were, through a solitary ocean; in such a situation the simple melody of nature, proceeding in perfect unison and exact measure from four hundred voices, found its way to our hearts, and at the same moment awakened and becalmed the painful thought."

 

Una locura

No voy a explicaros en qué consiste la «música proteína» porque como persona de letras no estoy capacitada para hacerlo bien y porque me da mucho vértigo esta idea. Puede ser una curiosidad irrelevante o puede encajar perfectamente con la teorías místicas de las que hablamos en el primer capítulo del podcast. Yo os dejo este artículo aquí y vosotros pensáis lo que queráis.

 

Unas palabras

«Las canciones no hablan de quien las ha compuesto y ni siquiera del que esta tocándolas sino de quien las escucha, de quien se reconoció en una de ellas nada mas descubrirla y se vio comprendido y explicado por la forma pura de la melodía, por esas palabras que ya le pertenecen incluso cuando solo las ha comprendido parcialmente.».

Antonio Muñoz Molina en Ventanas de Manhattan

 

Estoy muy nerviosa por saber qué os parece Blum. Si os gusta, me encantaría que me lo dijerais, pero sobre todo que se lo recomendaseis a otros

Y aquí me despido. ¿Hasta cuándo? ¿Habrá OLA? He mantenido la incertidumbre (la misma con la que yo vivo) hasta el último momento, pero por fin os contesto: sí habrá OLA. Solo que este año no empezará el primer sábado de verano sino el segundo. Total, da igual porque el verano ya llegó hace un siglo.

 

Tan, Tantán, Tarara, Tantán...

 

📣 Para compartir esta carta, usa este enlace.

🔔 Para suscribirte, entra aquí.

 

🔕 Y para no recibir más cartas, date de baja.