Hace un par de semanas tuve fiebre durante varios días seguidos. Se trataba de un catarro sin importancia, pero no podía evitar sentirme miserable. Cuando esto me pasa intento pensar en cosas que me animen porque sé que, con un poco de esfuerzo por mi parte, el estado mental precario que me causa la fiebre es capaz de arrojarme al ánimo opuesto.

16 de marzo, 2024

de Carmen Pacheco

Fragmento de Princess Elizabet de  Sir Willian Beechey, 1797

Queridas personas:

Hace un par de semanas tuve fiebre durante varios días seguidos. Se trataba de un catarro sin importancia, pero no podía evitar sentirme miserable. Cuando esto me pasa intento pensar en cosas que me animen porque sé que, con un poco de esfuerzo por mi parte, el estado mental precario que me causa la fiebre es capaz de arrojarme al ánimo opuesto. De estar hundida en la miseria puedo pasar a emocionarme con cualquier chorrada. Esto fue lo que ocurrió. Encendí el termómetro y vi que marcaba la última temperatura que me había tomado. Me paré a reflexionar por primera vez sobre este detalle que, en ese momento cercano al delirio, casi me llena los ojos de lágrimas. ¿A quién se le ocurriría incorporar una función tan sencilla y tan útil? Pensadlo, incluso sin fiebre no me resulta indiferente. Todos los termómetros digitales funcionan así, pero alguien, hace mucho tiempo, en alguna reunión, tuvo que ser la primera persona en proponer que por defecto mostraran la medida previa.

Me acordé entonces de una viñeta de XKCD en la que se ve una mesa, un vaso y un flexo llenos de flechas y anotaciones sobre lo que implicó diseñarlos. Cada detalle de estos objetos tan mundanos, como la anchura del vaso, el tipo de madera utilizado en la mesa o la curvatura exacta de la pantalla del flexo, es producto del trabajo de alguien o de equipos enteros, tras largas horas de deliberación. Golpes de inspiración, talento y por supuesto dramas, discusiones y despidos. Bajo la viñeta aparece una frase en inglés que traduzco libremente: «A veces me abruma pensar en la cantidad de trabajo que llevó crear los objetos a mi alrededor».

Es difícil fijarse en el mundo material que nos rodea y no pensar también en la sociedad de consumo y en la infinidad de cosas que no necesitamos. La mayoría de personas que tomaron esas decisiones no lo hicieron para mejorar la vida de nadie, en realidad, sino para ganarse un ascenso o aumentar los beneficios de su empresa. Pero obviamente, pasé de puntillas sobre este asunto, porque el objetivo era animarme, no deprimirme.

Me puse a pensar entonces en la prehistoria. En cómo antes de que existiera una forma de preservar el conocimiento, las civilizaciones surgían y desaparecían sin dejar apenas rastro: se perdía su idioma, sus canciones, sus leyendas, sus costumbres y sobre todo el saber útil que habían acumulado durante generaciones. Cada tribu levantaba castillos de arena que más tarde o más temprano el tiempo destruía.

Cuando en el colegio te explican la distinción entre la concepción clásica de «prehistoria» e «historia», todo lo que antecede a la existencia de la escritura parece una especie de breve introducción a la parte importante, y sin embargo se alargó más de 100.000 años. Los últimos 3.000 son la anomalía en la línea temporal de nuestra especie. Todo cambió en el momento que alguien pudo dejar por escrito unas medidas, unos cálculos, unas instrucciones, un secreto, un pensamiento.

La frase «pasar a la historia» suele significar que tu nombre en el futuro aparezca en un libro de texto. ¿Pero qué valor tiene eso cuando ya no estás? El relato que otros hagan de tu vida no tendrá ya que ver contigo. Tu nombre se acumulará junto a los de tantos edificios, plazas y calles que ya no nos dicen nada. Porque al final lo importante no son los nombres ni los individuos: son las ideas. Y por eso cualquiera puede pasar a la historia hoy en día. De manera anónima y sin una gran ambición. Solo hay que dejar por escrito un pensamiento, algo que, por simple que sea, nos parezca útil o resuene dentro de nosotros como una gran verdad, y repetir esta acción muchas veces como si esparciéramos semillas. Quién sabe si alguien al otro lado del mundo o dentro de muchos años se cruzará con una. Quizá esa pequeña idea que nosotros plantamos germine en su interior, quizá le inspire o le ayude a crear algo grande, algo bueno, algo de lo que nosotros sigamos formando parte.

 

🎧 En la misma época que descubrí internet y de la que os hablé en mi última carta, descubrí también la misteriosa tecnología del tocadiscos. Nada más mágico que aprender a usarlo cuando mis padres estaban dormidos y yo podía revolver entre viejos vinilos que ya no escuchaban. Esta es probablemente la canción que más puse.

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Tres tuits

🌀 Este tuit es un símbolo, una metáfora, una pieza de arte contemporáneo. No hay mejor resumen de nuestra era y de lo que he tratado de explicaros en esta carta.

🤖 Un aviso de que estamos ante un cambio de paradigma y que es de esperar que en el futuro las cosas a nuestro alrededor sigan siendo producto del conocimiento humano, pero cada vez en menor medida

🌱 El otro día escribí un hilo que tuvo bastante alcance y, justo después de haber escrito el texto con el que comienza esta carta, me hizo muchísima gracia ver este tuit. Satisfecha de haber cumplido mi función como huésped y propagadora de un pensamiento.

 

Un regreso al futuro

Me temo que no puedo echarle la culpa a la fiebre de haber dedicado una cantidad de tiempo absurda a investigar sobre la historia de los termómetros digitales. Pero al menos he vuelto a la superficie con un tesoro fantástico. Mirad esta revista de 1954 llena de inventos. Algunos son cosas que no han cambiado mucho desde entonces, pero otras parecen artilugios de un universo paralelo. Mi momento WTF preferido está en la página 111.

 

Una peli

Vidas pasadas está ya en Filmin. Cuando la vi, pensé que había sido víctima del hype y que la película, aunque muy bonita, no era para tanto. Después estuve toda la noche soñando con ella y atrapada en la historia durante días. Por fin me di cuenta de lo que ocurría: no es en realidad una historia de amor. Es una reflexión sobre emigrar, sobre la identidad, sobre perder partes de ti y cómo a veces esos fragmentos de quien fuiste pueden quedar guardados en la memoria de otros.

 

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👸 Me ha encantado saber quiénes eran vuestras «chicas de internet». Mil gracias a todas las que habéis compartido vuestras historias. Me ha hecho muy feliz. Sala #128.

🚪 La conversación de nuestro Club de lectura. sobre Piranesi sigue abierta y he disfrutado muchísimo de vuestras reflexiones. Sois las mejores lectoras que habría podido desear para el club. Sala #127.

 

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Una queja

Hace casi 4.000 años, una persona llamada Nanni escribió una tablilla de reclamación al comerciante Ea-nāṣir, de la ciudad de Ur en Mesopotamia, por haberle vendido cobre de mala calidad. La tablilla está ahora en el British Museum y es el primer registro que se tiene de una queja de carácter comercial. Pero lo curioso no es que la sociedad de hace milenios fuera en ciertos aspectos tan similar a la de hoy, sino que, a raíz de esa tablilla, Nanni y Ea-nāṣir se hayan convertido hoy en día en un meme recurrente de internet. Y algo que me fascina más aún: en un punto intermedio desde que Nanni (o más bien su escriba) tallara la tablilla y los anons de internet creen memes sobre la calidad del cobre, una persona de la que ya os hablé hace años en otra carta (sección «El viaje»), Sir Leonard Wooley, fue el que desenterró el documento. Quizá no os suene su nombre, pero sí el de la esposa de otro arqueólogo que trabajaba para él. Cierta conocida suya, llamada Agatha Christie.

 

⚠️ La próxima Flecha no llegará el sábado 30 de marzo sino el 6 de abril. Así me echáis un poco más de menos ⚠️

 

Me despido por hoy. No nos leeremos en tres semanas, pero por favor contadme si hacéis historia.