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Queridas personas:
Esta no es una carta normal. Es un juego. Muchos me dijisteis que os gustó la descripción que hice de la fiesta en mi anterior carta y pensé que tal vez os apetecería visitar un lugar que existe en mi mente desde hace meses. Pero cuando uno se adentra en la imaginación de otra persona, es lógico enfrentarse a ciertos peligros.
Así que aquí van las reglas:
- En esta carta tendréis que tomar dos decisiones.
- En cada una deberéis elegir entre una opción correcta y otra equivocada.
- ¡Vuestra elección tiene consecuencias! De que elijáis la opción correcta en los dos casos depende que recibáis la próxima Flecha.
- NO PULSAR EN NINGUNA OPCIÓN O PULSAR EN AMBAS OPCIONES EQUIVALE A ELEGIR LA OPCIÓN EQUIVOCADA.
Y eso es todo. No os agobiéis. Será divertido.
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Empecemos con un sonido: pisadas de botas sobre un camino de grava. Son tus pasos. Estás avanzando entre la niebla. ¿Dónde? Es difícil decirlo. Solo distingues la silueta de los pinos que flanquean el sendero. Y hay otro sonido por debajo del estruendo de la grava. Si te quedas inmóvil y escuchas con atención, percibes a lo lejos el rumor del oleaje. ¡Estás cerca del mar! Por un momento, te sientes Sherlock Holmes hasta que te das cuenta de que sigues sin saber siquiera en qué continente te encuentras.
Algo que sí puedes asegurar es que el sol, donde quiera que se esconda, se está poniendo. Cada segundo que pasa, la blancura es menos luminosa. Se levanta una brisa y la niebla se desliza rápida, como en bocanadas. Ves que, a unos pocos metros delante de ti, el camino se bifurca. A la derecha, a lo lejos, puedes distinguir la sombra de una cabaña con ventanas brillantes, iluminadas. A la izquierda, solo blancura. ¿Hacia dónde quieres ir?
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No sigas leyendo sin haber elegido antes. Te perderías un dato muy importante de la historia.
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No ves a nadie y, sin embargo, hay una chimenea encendida. Eso significa que el lugar está habitado. No serás Sherlock Holmes, pero hasta ahí llegas. Dices tímidamente «¿Hola?» y nadie responde. Parece que la casa está vacía. Alzas la voz: «¿Hola?». De verdad, no insistas. No hay nadie. Te lo digo yo que soy el narrador omnisciente. En este sitio a veces oirás ruidos en el cuarto de al lado y a veces encontrarás una taza de té aún caliente abandonada en una mesilla, pero no verás ni un alma. Los miembros de este club nunca coinciden entre sí.
Te relajas al ver que el interior no sugiere asesinato inminente y comienzas a explorar. Sobre la chimenea hay un cuadro grande de una monja envuelta en sombras, a lo Caravaggio, que está siendo atravesada por una flecha en la mano de un ángel. Si eres fletcher de corazón y me sigues en Instagram, donde cuento a veces más cosas, sabrás seguro que el cuadro representa la Transverberación de Santa Teresa, porque ella es la patrona laica de nuestro club. Si no, te estarás enterando ahora. ¿Pero quién habrá tenido la idea de poner semejante cuadro sobre el fuego? Las llamas voraces le dan a Santa Teresa un aire juanadearquesco. Y entre las sombras del cuadro y las que bailan en la habitación, por segundos pareciera que el ángel sonríe con malicia.
Aparte de eso, el resto de la habitación responde justo a tu idea de decoración acogedora. ¿No es una suerte? En una enorme vitrina, pegada a la pared, se exponen objetos sin aparente relación entre sí. ¿Pero estaban ahí cuando has entrado? Apartas la vista un momento y, al volver a mirarlos, te das cuenta de que los objetos no son los mismos. No te asustes. Los han dejado allí los miembros del club para que los curiosees y los uses como te apetezca. La única condición, claro, es que tú también aportes uno. La entrega es anónima, pero piensa bien en qué consiste tu objeto porque podría tener importancia para todos en el futuro.
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🎁 Deja tu objeto |
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Al entrar esperas una estampa hogareña, pero esta cocina parece más bien la que encontrarías en el apartamento de un millonario coreano que no se ha hecho un sandwich en la vida. Está equipada con todo lo que un chef profesional podría necesitar, pero ni rastro de comestibles. Abres el enorme frigorífico plateado y descubres que está repleto de botellines de cristal con forma de pez que contienen lo que parece simplemente agua con gas. Todos son de la misma marca que, a juzgar por el diseño de su etiqueta, debe de ser carísima. Lees con mucha atención las letras góticas: «Ispariz». Y cierras el frigorífico. ¿No se puede comer nada aquí? En realidad sí. Date la vuelta. ¿Ves esos dos tiradores en la pared metálica? El de la derecha es de un cajón. Cuando lo abras pensando en la receta que quieres hacer, encontrarás todos los ingredientes menos uno. Tendrás que arreglártelas. Y si no te apetece cocinar, usa el tirador de la izquierda. No es de un cajón, sino de un montaplatos. Cuando lo abras, subirá una deliciosa comida o un cóctel con aperitivo, según la hora que sea. ¿Pero de dónde viene? Aquí no hay sótano. ¿Existe algún tipo de organismo sanitario que regule las cocinas mágicas? ¿Podrían estar los platos envenenados? Imposible saberlo.
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En la puerta hay una inscripción que pone «Rdo. de Ávila» porque la habitación está construida sobre mi recuerdo de una tarde que pasé allí. Acabábamos de salir del museo de Santa Teresa, en la cripta del convento que lleva su nombre, cuando nada más poner un pie en la plaza, comenzó a nevar. La nieve en Ávila no es precisamente un fenómeno sobrenatural, pero las calles estaban desiertas y tuve una fuerte sensación de irrealidad, como si camináramos por un escenario. Hacía tanto frío que los dedos no me respondían cuando trataba de orientarme con mi móvil y el de mi novio se apagó sin más. Por suerte estábamos alojados muy cerca, en el Palacio de los Velada. Nuestra habitación tenía el techo abuhardillado y un tragaluz justo encima de la cama. Como estábamos helados, nos metimos debajo de las mantas, con los copos de nieve cayendo contra el cristal, sobre nuestras cabezas. Y al entrar en calor nos quedamos dormidos. La habitación en la que estás es una reconstrucción de la felicidad absoluta de aquel momento. Cuando te metas en la cama siempre será por la tarde (adiós a tus ritmos circadianos) y siempre estará nevando. Y cuando te duermas tendrás a tu lado a la persona que más quieres, de tu presente o de tu futuro. Pero siguiendo las normas de la casa, en cuanto salgas del sueño, desaparecerá.
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El baño no tiene calefacción. Lo siento, pero es lo que hay. Además, es austero y de losa blanca, como el aseo de un sanatorio. Pero al menos no está iluminado por fluorescentes sino por un centenar de velas que jamás se consumen. Hay una bañera de agua siempre caliente, a pesar del frío. También está siempre limpia. Te lo prometo. Mi imaginación la cambia cada vez que alguien entra, pero no sufras, es 100 % sostenible. La bañera está pegada a una pared cubierta por un espejo enorme. Y ahora viene lo importante: el espejo está empañado y es el único que hay en toda la cabaña. No tienes ninguna necesidad de verte, porque aquí siempre estás a solas, pero hay algo inquietante en esa figura borrosa que imita tus movimientos. Podrías pasar la mano y retirar el agua. ¿Qué quieres hacer con el espejo?
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De vuelta en el salón, lo primero que notas es que la pintura de Santa Teresa no está. Sobre la chimenea hay un cuadro distinto. Se trata de un facsímil enmarcado de una ilustración de un manuscrito medieval. En él aparece una monja sentada bajo la cúpula de una iglesia y un monje a su derecha que la mira muy atento. La monja está escribiendo algo en unas tablillas, con los ojos en blanco, mientras que un elemento verdaderamente extraño, una especie de tentáculos rojos (¿fuego? ¿rayos?) que salen desde la cúpula, llegan hasta su frente y su cuello, como si estuvieran conectados a su cabeza. Esta ilustración no es una fantasía mía. Existe de verdad. Fue creada siguiendo las instrucciones de la monja que aparece retratada. Y si, por el motivo que sea, sabes cuál es el nombre de esta mujer o eres capaz de averiguarlo, felicidades. Tienes la oportunidad de formar parte de una sociedad secreta dentro de Flecha, de la que, por razones obvias, no puedo contarte más. Te espero allí.
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Ojalá hayáis disfrutado de la visita guiada por nuestro club de invierno y espero que no hayáis muerto por el camino. De cualquier forma, esta es vuestra casa y podéis volver aquí siempre que queráis. Os transportaréis al instante, con solo escuchar la canción que he incluido en la carta. No está enlazada, pero está.
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⚠️ Si queréis compartir esta carta, usad este enlace. No compartáis el de «Ver en navegador» porque podría alterar vuestro resultado.
🙏 Es la primera vez que pruebo algo como esto y no tengo referencia de nadie que lo haya hecho, así que no os extrañéis si encontráis fallos y no recibís la carta que os toca (¡pero avisadme, por favor!). Esto es un experimento para mí. No me lo pasaba tan bien desde que me inventaba juegos en el colegio.
🗝️ Si has llegado aquí desde un enlace, tus elecciones no tienen consecuencias. Pero puedes, por supuesto, unirte al club, dejar tu objeto y tratar de entrar en la sociedad secreta (eso sí que sería llegar y besar el santo).
🙄 Y si no te apetecen ni juegos ni juegas, date de baja.
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