Desde que aparecieron los primeros artículos que echaban la vista atrás recordando la mal llamada “gripe española” de 1918, he reflexionado sobre la poca presencia que esta tiene en el imaginario colectivo. Todos hemos leído libros o visto películas sobre la I Guerra Mundial, pero apenas hay menciones de una de las peores pandemias de la historia.
Tengo una amiga que trabaja en una serie ambientada en 1914. Me dice que si la trama saltara apenas unos años en el tiempo, podrían incluir aquella gripe y eso justificaría que los actores, respetando las normas de la pandemia actual, evitaran tocarse en todo momento. Parece una simetría conveniente, pero, como otra amiga guionista le dijo, el problema es que las tramas hay que cerrarlas. La epidemia representaría en la historia un conflicto que en algún momento tendría que superarse. ¿Y cómo sentaría eso a los televidentes? Los personajes vencen su pandemia pero nosotros seguimos lidiando con la nuestra. Tremendamente insatisfactorio.
Al día siguiente leo una entrevista con Margarita del Val, la viróloga española que desde el CSIC dirige muchas de las iniciativas nacionales contra el COVID-19. En una de sus respuestas, Del Val resuelve mi duda. Explica que en la I Guerra Mundial hubo héroes y perdedores, mientras que la lucha contra la pandemia se consideró un fracaso. No hubo sensación de victoria. Y por no resultarnos un relato satisfactorio, aquel episodio tan importante de nuestra historia se relegó al olvido.
Pienso en cómo esto se aplica a la situación que vivimos. Al inicio del confinamiento encaramos el sacrificio con ánimo solidario. Fuimos los “héroes” de una gesta que consistía en “aplanar la curva” en la “lucha contra el virus”. Se criticó en su momento el uso de lenguaje belicista por otros motivos, pero no nos dimos cuenta de que a la larga también jugaba en nuestra contra. Porque si fuimos héroes, ¿dónde están nuestras medallas? ¿Dónde está nuestra victoria? Terminamos el confinamiento y seguimos lidiando con el virus y con otro enemigo invisible que nos desgasta: la incertidumbre.
Las narrativas son engañosas, pero muy efectivas a la hora de encararnos con la realidad y yo tengo uno de esos cerebros que no puede vivir sin ellas. Estos días he estado viendo la serie fantástica The Mandalorian (Disney+). El protagonista es uno de los pocos supervivientes de un clan de guerreros que se rige por un credo. En sus aventuras, este personaje toma decisiones necesarias pero inconvenientes mientras recita su mantra, cuatro palabras simples y poderosas porque en ellas cabe todo: This is the way. Supongo que basándose en esto, mi inconsciente ha creado su propio mantra. Una frase también simple, casi tautológica, que se me vino a la mente un día, reconfortándome al instante, llenándome de propósito e ilusión. Una frase que resuelve esta trama, no de manera triunfal, pero sí día a día. Un lema que da sentido narrativo a un futuro incierto y a un verano raro, anticlimático, del que aun así sacaremos lo mejor que podamos: esta vida hay que vivirla.