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Nos querían únicas

Este texto fue originalmente publicado en la revista Vanity Fair.

A veces, cuando termino un libro, me pasa como a Holden Caulfield en El guardián entre el centeno y siento el deseo de que el autor fuese mi amigo y pudiera telefonearlo. Estos días, si tuviera habilidades de nigromante que me permitieran conectar con el otro mundo, no marcaría el número de Salinger (tampoco creo que se dignara a atender llamadas), sino el de Leopoldo AlasClarín. Me presentaría con prudencia, tratando que mis nervios de fan no importunasen al «azotacalles de Madrid».

Una vez que me hubiera ganado su confianza, le recordaría una cita en boca de Fermín de Pas, el confesor y amigo de La Regenta. Este personaje, que posee el magnetismo de Don Draper y la profundidad de Tony Soprano, trata de convencer a Ana Ozores de la bondad en su naturaleza: «Usted que ha leído, sabe perfectamente que muchos clérigos que han escrito acerca de las costumbres y carácter de la mujer de su tiempo, han recargado las sombras, han llenado sus cuadros de negro… porque hablaban de la mujer del confesonario, la que cuenta sus extravíos y prefiere exagerarlos a ocultarlos, la que calla, como es allí natural, sus virtudes, sus grandezas. Ejemplo de esto pueden ser, sin salir de España, el célebre Arcipreste de HitaTirso de Molina y otros muchos…».

Me gustaría preguntarle a Clarín si no cree que, del mismo modo que sobre la autoestima de Ana Ozores pesa este retrato de pecadora que la literatura ha hecho de la naturaleza femenina, ¿no es posible que La Regenta, como muchas otras obras, haya contribuido a perpetuar la idea de que la verdadera amistad entre mujeres es imposible? Los personajes femeninos que viven en sus páginas son complejos y fascinantes, pero todos, en el fondo, envidian la belleza y la virtud de Ana. Porque ella, como Ana Karenina o Madame Bovary, es única. Y es curioso que a estos tres personajes, que tan desesperadamente buscaban el amor, quizá los hubiera salvado la amistad. Otra mujer que les hubiera dicho: te casaron con un hombre mayor a la fuerza y no eres el demonio, amiga mía, por querer ser feliz. Nos pasa a todas, somos personas y estamos vivas.

Me imagino un silencio tenso al otro lado de la línea y a don Leopoldo preguntándose con qué impertinente propósito lo he sacado de la tumba. No entraría yo a discutir si La Regenta es un libro feminista o no (en mi opinión, lo fue en su contexto y mucho). Lo que me gustaría preguntarle, aún a riesgo de ofenderlo, es si esa rivalidad femenina entre sus personajes era de verdad retrato o interpretación. Y si él, como maestro del realismo literario, no cree que a fuerza de insistir con un relato puede construirse la realidad. Le hablaría del concepto de «sororidad», del test de Bechdel y del éxito superventas de La amiga estupenda, de Elena Ferrante. Me gustaría contarle que aún tuvo que pasar más de un siglo desde su época para que la amistad femenina se incorporase como tema central en la ficción y el efecto que eso está teniendo en nuestras vidas. Me encantaría decirle que, hoy en día, las intrigas, la hipocresía y la doble moral siguen vigentes, pero la historia de La Regenta ya no podría escribirse, porque Ana Ozores nunca volvería a estar sola.

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