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Presas de la emoción

Este texto fue originalmente publicado en la revista Vanity Fair.

Hace muchos años le dije a una psicóloga que necesitaba herramientas para aprender a controlar mis emociones. Que odiaba cuando me dejaba arrastrar por ellas. «Soy una persona muy emocional», me quejé. Con todo lo que había llorado yo en esa consulta, pensé que ella me daría la razón enseguida. Sin embargo, se arrellanó en su silla y me miró incrédula: «¿Ah, sí? ¿Qué te hace pensar eso?».

Tardé bastante en contestar su pregunta, pero al relatar mis experiencias quedó claro que cuando me tocaban ciertas teclas podía llegar a las lágrimas en cuestión de segundos y, sin embargo, en otras situaciones que suelen alterar a muchas personas, yo era capaz de mantener la calma. «¿Te parece que eso responde a la definición de persona emocional?». Era obvio que no. Pero lo más sonrojante es que al verbalizar cómo se producían mis reacciones esas «teclas» que me las provocaban habían quedado a la vista. Darme cuenta de que estaban directamente relacionadas con mi autoestima y mis experiencias no me dio un poder inmediato para controlarlas, pero literalmente me cambió la vida. 

Durante el proceso de escritura de mi último libro, necesitaba encontrar una figura arquetípica que representara el opuesto al uso que históricamente se ha hecho del concepto de «razón» como argumento de autoridad. Se me vinieron ense guida a la mente las ménades, esas divinidades femeninas que acompañaban al dios Dioniso y vagaban por las montañas enloquecidas, en un éxtasis orgiástico. «Ménade» viene del griego «mainas» y significa literalmente mujer loca o mujer que no razona. Este retrato de la mujer dominada por sus emociones y tendente a la locura tiene miles de años. Su etimología más evidente es la de la palabra «histeria» que viene del griego «hysteron» y significa útero. En Google la palabra «histérica» arroja medio millón más de resultados que «histérico». También es un término famoso por el uso que hicieron de él los psiquiatras del siglo XIX: a uno de ellos le debemos la invención del vibrador, puesto que para curar a las mujeres victorianas de sus «desequilibrios» había que llevarlas al paroxismo histérico, es decir, el orgasmo.

Ahora sabemos que las mujeres insatisfechas no están locas, pero seguimos teniendo arraigadas algunas nociones decimonónicas. Seguimos creyendo en la dicotomía razón versus emoción y pensamos que la razón es la capacidad más evolucionada del cerebro. Si de las mujeres se suele decir que somos más emocionales, ¿dónde nos sitúa eso?. Es un mito. Las mujeres no somos «más emocionales» que los hombres. No lo digo yo, lo dicen los estudios neurocientíficos. Y, de hecho, esos mismos estudios están probando que la dicotomía entre razón y emoción es falsa y que ni los procesos racionales son «puros» ni las emociones son una especie de resortes que llevemos grabados a fuego en los genes. Nuestra experiencia y nuestro aprendizaje tienen un enorme peso en cómo expresamos lo que sentimos y por qué reaccionamos de una forma u otra. Esta es una reflexión poderosa que me recuerdo a mí misma a menudo: que si algo me hace llorar y me siento «excesivamente emocional» no es porque esa «debilidad» mía me venga de fábrica. Es porque durante muchos años me hicieron creer que era algo que, como mujer, me definía.

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