Queridas personas:
Esta primavera ha llegado violenta desplegando un repertorio de lluvia interminable, nubes obstinadas y vientos furiosos con ganas de pelea.
Supongo que algunos de estos fenómenos responderán al desequilibrio climático provocado por la mano del hombre (justificadísimo aquí usar la palabra «hombre») y otros serán, ni más ni menos, los que nos hubieran tocado en cualquier caso. Sin embargo, quizá porque cada vez aprecio menos diferencia entre lo vivo y lo inerte, me resulta imposible no imaginarme cierta voluntad de venganza en esta primavera. Y la verdad es que simpatizo con ella.
Por eso, me han sabido mejor los breves amaneceres antes de que el sol se escondiese entre una capa de nubes y las fugaces estampas de cielos azules que prometían una posible reconciliación. He disfrutado con el incendio amarillo de las mimosas y he creído ver incluso algo parecido al desdén en las flores blancas empapadas de cerezos y almendros. Un aire de satisfacción que venía a decir «con esta luz y esta lluvia os van a quedar unas fotos de mierda».
El otro día mi novio y yo salimos a intentar disfrutar de un sábado noche inhóspito con vientos de 70 km/h. Encontramos refugio en una terraza bien construida, protegida por plásticos transparentes que nos permitían ver un trocito de mar mientras nos tomábamos una cerveza. La luz del atardecer se fue apagando y nuestras siluetas aparecieron en la superficie temblorosa del plástico, sobre un fondo de oscuridad. El viento sacudía la estructura de la terraza, el metal vibraba. Mi novio me dijo que le parecía que estábamos en una colonia de otro planeta. Una especie de invernadero para personas, aislado del exterior. Le dije que por supuesto eso es lo que haríamos él y yo un sábado noche si tuviéramos un rato libre en la colonia. Es lo que haríamos también bajo tierra si alguna vez nos viéramos obligados a refugiarnos en un búnker: tomar una cerveza si la hay, hablar de la vida, pasar el tiempo juntos.
Esto ocurrió antes de que esta semana la Comisión Europea publicara un comunicado oficial en el que se nos recomienda preparar un kit de emergencia en caso catástrofe. La realidad no da tregua. No se lo dije a mi novio el otro día porque en persona no digo cosas tan cursis, pero lo cursi es a veces necesario, imprescindible según las circunstancias. Así que se lo transmito en esta carta y os animo a vosotros a prometérselo también a las personas que más queréis: Venga lo que venga, estemos donde estemos, encontraremos la primavera.
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